Sonrío. Y es que me hace ilusión.
¡Nos vemos de nuevo, personas que me
habéis preguntado por la continuidad de este blog! ¡Gracias, a los
incondicionales que habéis seguido asomándoos siempre! Aquí estoy otra vez,
hace tiempo que lo necesitaba. Publicar una entrada me lleva semanas pero compensa.
Es una terapia el organizar y expresar ideas y saber que estáis ahí.
La verdad verdadera es que me encanta
escribir, incluso más que hablar (jajaja, alguno no se lo creerá) y espero que este
beneficio para mi aliento no se vuelva a fugar.
Es difícil empezar. Pero seguro que lo que
más me va a costar es terminar. Que esos viajes organizados con el guía
gritando: -"¡Hagan rápido las fotos que ya las verán en casa!"- y las
excursiones tipo Scout: -"un, dos, un, dos..."- aunque vayan cantando,
nunca me han ilusionado.
En todo caso, me esforzaré por centrarme. Si
se os hace largo, lo sentiré mucho. No están los tiempos para gastarlos en aburrirse
ni un poco. Si se os hace corto, quedamos un día para seguir el coloquio.
Realmente, me quedan muchos posos en el tintero. Y es que, como canta Amaral en
Botas de terciopelo, tengo la cabeza como un saco de centellas.
Advierto de la longitud y espesor de este
escrito. Para quien decida leerlo podría ser un reto afrontarlo porque es
crítico, empezando conmigo misma. Si alguien se siente representado que sea
para su propio orgullo o, sino, que lo recoja como una simple opinión
constructiva.
Evidentemente, en todo sistema educativo y
en cualquier centro escolar, también reconozco proyectos positivos. Pero para ensalzar
virtudes ya me sentaré otro día.
El problema es que no ignoro que existe un
mundo paralelo. Incluso dentro del propio Sistema Público de Educación cohabitan
otros métodos que, quizás no tengan por qué ser la panacea pero, se me antojan
con mejor pinta que el que impregna a mi familia y rodea a mis hijas.
De hecho, una de ellas, que ya suma diez años, parece no
estar atravesando una época sencilla.
Considero sus defectos personales. A nadie
le duelen más que a mí. Vivo intentando modelar en mis hijas personas
empáticas, con plena capacidad de respetar a los demás. Y nada me entristece
tanto como cuando me parece no haberlo conseguido.
Algunos problemas se enraízan en su
familia, como puede ser la convivencia con su hermana o lidiar con las locuras
de esta madre. No sin motivos pienso que ser madre es la tarea en la que cometo
y cometeré más errores. Pues, cada día, cambia el escenario y evolucionamos los
actores, siendo el afianzamiento de conocimientos prácticamente imposible de
alcanzar.
Ser madre ha llenado mi vida de momentos
mágicos vividos con tan buenas sensaciones que son imposibles de explicar y
también de momentos muy cansinos, en los que tengo que sujetarme las piernas
para no salir corriendo. Tener la necesidad de educar, obliga a mirarse a cada
momento, sin anestesia, en el espejo de unos ojos donde puedes ver las necedades
que habitan en ti. Tienes que tropezar muchas veces con las aplastantes buenas
razones de los niños y aprender la disculpa desde el corazón. Son ellos los que
tienen la verdadera capacidad de educar sin necesidad de amenazas, ni gritos,
ni castigos. Pero la educación en casa es otro tema a tratar al que le
podríamos dedicar muchos otros ratos y folios.
Cuando los niños son escolarizados es
imposible pensar que familias y profesorado no seamos un mismo
equipo. Estuve siempre de acuerdo con que para educar a un niño hace falta
una tribu entera (deberíais leer, por ejemplo, El Concepto del Cotinuum). Aunque tristemente, algunas veces llego a pensar que
sería más sencillo educar en un mundo remoto y solitario. Ya no sé si estoy más
harta de luchar por la buena educación familiar o de comprobar que alguna tribu
ha resultado un descalabro.
Resumiendo mucho, muchísimo; porque los
detalles e historietas podrían ser demasiados, supondréis que mi idea hoy es
hablar de enseñanza.
Es curioso que hace pocos días, hablando
del tema con una nueva amiga maestra, ella nombrara de la misma manera a lo que
llevo meses dándole vueltas: La Burbuja Educacionaria. En la que
participamos profesores y padres. Intentando
adaptarnos a descabezadas reformas educativas que cambian cada pocos años.
Sepamos, lo primero, que el Sistema Público de Enseñanza en España está
demostrado estadísticamente que es un fracaso. Todos hemos oído hablar de la
alta Tasa de Abandono Escolar Temprano y los malos resultados a los que solemos enfrentamos
en el Informe Pisa (que aún a pesar de sus inconvenientes, es
de lo poco que nos puede orientar hacia la sospecha de que algo estamos
haciendo mal).
No es lo más duro leer una
estadística. Es peor darte cuenta de que todos aportamos alas a esos
datos mientras forjamos una enseñanza
ficticia. La burbuja es la que explota en cada Informe Pisa.
No soy capaz de ver las piezas en su sitio.
Es un auténtico círculo vicioso que realmente no sé donde empieza y dónde
acaba. Ni sé cuando se inició porque, como decimos los que vamos madurando, -"esto
en nuestros tiempos no pasaba"-.
Puede que no sea lo más correcto, pero manejo
unas definiciones propias de los términos educar y enseñar.
Educar, para mí, significa formar personas
que sean capaces de convivir sin crear conflictos en su entorno.
Mientras que por enseñar entiendo transmitir
conocimientos de tal manera que puedan ser asimilados por quien recibe esta
información.
Queda claro que las dos acciones deberían
desarrollarse en ambos entornos, en casa y en la escuela. Y que son tan
inseparables que a veces a una se la nombra por la otra. E incluso hay familias
que prescinden de las instituciones y enseñan en sus propios hogares.
Pero la enseñanza en casa debería ser
voluntaria, tanto en su forma como en su contenido.
Y la educación en la escuela debería ser
un simple pulido del tallado realizado en el seno de cada familia.
Entendiéndolo así, el bucle quedaría
resumido como una descompensación de esta balanza. No se puede cargar a los
maestros con todo el peso de la educación. Ni dentro de los hogares deberíamos
de sufrir el fracaso de la enseñanza.
Los alumnos no asimilan en clase los
conceptos importantes, no son capaces de trabajar ellos solos en casa y de
verse a ellos mismos como personas autónomas y responsables. Los únicos que
salen adelante del atolladero son los que están respaldados, al cien por cien,
por sus familiares adultos. Que, aparentemente, somos los que estamos siendo continuamente
evaluados. No comprendo ese empeño. Yo ya estuve en la escuela. Cursé varios
años en La Pública y aprobé todo con buena nota.
Si pregunto a mi madre, ella no recuerda
hacer deberes conmigo. Ni pelearse conmigo para que yo los hiciera. Aunque sí recuerdo
que ella fue siempre mi apoyo y pasó algún mal trago a mi lado por esa mala
costumbre mía de no llevar lo estudiado al día.
Así que, si es verdad que esto antes no
pasaba, ¿Cómo y cuándo se ha iniciado?
No es que tenga que ser éste el principio,
pero las familias no parecemos ser capaces de mandar a clase a personas
empáticas y respetuosas con los demás, que sepan sentarse en una silla y
escuchar. Así que es realmente difícil que se relajen y traigan los
conocimientos aprendidos de allí.
En este panorama el profesorado está
torrado también y pierde la alegría necesaria para enseñar y, es por esto que,
desde los centros escolares no son capaces de ilusionar y motivar al
aprendizaje. Y así se cierra el círculo.
Al llegar los niños a casa sin la lección entendida, con los deberes por hacer y tan pocas ganas de enfrentarse a ellos, sentimos la necesidad de explicarles los temas y de ayudarles con las tareas. Y ya que estás, no puedes evitar corregirles lo que ves mal. Pues, que lleven la tarea corregida de casa, termina siendo otro error porque el niño en clase no sentirá la necesidad de atender para saber si lo ha hecho bien o mal, ya que lo tiene (supuestamente) correctamente hecho. Así que yo en casa, si detecto el error, intento limitarme a decir: -Llevas algo mal, mañana miraré si lo traes corregido-
Al llegar los niños a casa sin la lección entendida, con los deberes por hacer y tan pocas ganas de enfrentarse a ellos, sentimos la necesidad de explicarles los temas y de ayudarles con las tareas. Y ya que estás, no puedes evitar corregirles lo que ves mal. Pues, que lleven la tarea corregida de casa, termina siendo otro error porque el niño en clase no sentirá la necesidad de atender para saber si lo ha hecho bien o mal, ya que lo tiene (supuestamente) correctamente hecho. Así que yo en casa, si detecto el error, intento limitarme a decir: -Llevas algo mal, mañana miraré si lo traes corregido-
Esta es una espiral en la que creo que
alguno os sentiréis representados y arrastrados. O quizás sea sólo la hipótesis
de una madre que pide ayuda para luchar contra lo que los demás consideráis un
fantasma. Yo tengo días desesperados.
La desmotivación en el colegio comienza
muy temprano.
Allí se empeñan en seguir un ritmo
antinatural como enseñarles a leer en Infantil cuando la escolarización en esta
etapa no es, ni siquiera, obligatoria. En Primaria ya se les exigen
exámenes como a los que más y aparecen insuficientes en el primer trimestre del
primer curso.
Algunos libros son terribles en contenido
y en forma. Lo sé de primera mano porque alguno leo, lo sé también porque algún
profesor me lo ha dicho.
Y, lo que es peor, se lo dicen a los
chicos en clase con el consiguiente pasmo y desilusión de los muchachos.
Para mí un maestro debe ser una referencia,
sí. Y un buen libro también.
Si el libro resulta que es mediocre, se le
aparca y se intenta seguir otro trayecto. En todo caso, si el maestro decide
continuar con este texto, debería actuar con la suficiente discreción como para
que los alumnos ni noten que el libro no le entusiasma.
La desilusión crece día a día, no sólo se
les dice que el libro vale para nada sino que además siempre cargan con las
prisas: -"¡Qué no acabamos el temario... Qué la semana que viene hay cuatro
exámenes... Qué hay que hacer las pruebas sobre las competencias
básicas...!"-
Los temas se avanzan sin tener afianzados
conocimientos básicos. Y también se siembra el desánimo diciéndoles que con la
recién estrenada LOMCE la exigencia es superior y hay que ponerse
al día en este mismo curso.
Debemos entender que la presión no es lo
mismo que la motivación.
Y que, si los alumnos realmente se encuentran
a un nivel inferior al esperado, son los maestros los que deben forjar unos
peldaños a la medida que puedan subir y no presentar ante los niños una muralla
que, desde el principio, parezca inexpugnable.
Tristemente, la Enseñanza Bilingüe me ha defraudado
también. En nuestro caso se basa en asistir a Art (la supuesta
Plástica) y Natural Science sólo y exclusivamente en inglés
y no en castellano. Si pronto se les olvidará que la membrana que separa el
conducto auditivo externo del oído medio se llama tímpano, ¿cuánto tiempo
se acordarán de eardrum?
Sembrando una ilusión, yo propongo que en
las clases de Infantil, en vez de atragantarles con "la M con la A, MA...",
jugaran y cantaran todas esas horas en inglés al cargo de personal realmente
cualificado.
Quizás empezaríamos Primero de Primaria
con niños ya bilingües, habiéndolo conseguido de forma sencilla y
natural, sin traumas. Luego tendríamos tiempo de sobra para que comiencen
a escribir y a leer, en los dos idiomas si es necesario.
Ideas las hay muy buenas, podéis
leer sobre César Bona. Recomiendo que no os perdáis este vídeo de una entrevista
reciente en La Sexta, dura un poco más de media hora. Os aseguro que, a
todas luces, merece la pena.
Él representa a muchos otros maestros, otra
vertiente, otra manera de hacer las cosas. No es una utopía. Son maestros como
él, muchos desde el anonimato, los trabajan cada día para que miles de niños recuperen
la ilusión y aprovechen su propia curiosidad para investigar y aprender.
Tengo la fortuna de contar entre mis
buenos amigos con un par de estos profesionales. Hablar con ellos es un gustazo
y un conflicto de emociones para mí. Porque cuando abren la boca se les escapa
la ilusión en cada una de sus palabras y sus proyectos son mágicos. Y me alegro
por ellos y por sus alumnos. Mientras a la vez me inunda una profunda tristeza
pensando en cuántos niños son privados de su compañía. Me transmite cierto vértigo calcular el largo
camino que a algunos nos gustaría empezar a transitar. Me transmite impotencia
el chocar siempre contra el mismo muro. Hay una parte del mundo que está muy
falto de orejas y la otra parte del mundo muy escaso de saber aunar las
fuerzas.
Es una pena, entre otras cosas, que las
Artes Creativas hayan empezado a brillar por su ausencia. Todo lo que ahora a
los niños se les permite hacer con sus propias manos, incluso en los últimos
cursos de Primaria, son actividades pre-dibujadas, pre-recortadas e
incluso pre-coloreadas.
Menos mal que, por ahora, nos queda la
Música.
Las nuevas tecnologías parecen estar
desaprovechadas o mal explicadas. Hay que enseñar a los alumnos a ser críticos
y exigentes con ellas. En casa también buscamos datos en Wikipedia. Pero
sería interesante que se explicara a los alumnos que las definiciones allí las
escribe cualquiera, que es una información en la que a veces no se puede
confiar si no es contrastada.
Decía una buena profesora en la facultad
que lo importante no es sabértelo todo (porque es imposible) y llenar tu coco
de datos innecesarios. Lo importante es saber dónde buscar luego la
información. Conocer buenos libros, buenas páginas en Internet y tener
buenos contactos, también con humanos.
El Pensamiento Lateral o Divergente queda anulado. La tutora de este año
parece ser diferente en este aspecto. Pero hemos sufrido experiencias propias,
en cursos pasados, en las que sólo se trataba de repetir lo del libro y de solventar
los problemas por un único camino. No se le da mucha cancha a nuevas
interpretaciones o a otras soluciones.
Por otro lado, muchos otros tipos de
capacidades integradas dentro de la Teoría de las Inteligencias Múltiples son ignoradas o ridiculizadas en las
escuelas. Allí sólo se valora lo medible y lo competitivo.
Incluso el Informe Pisa se sigue centrando
y fallando en esto.
Uno de los más graves errores de este Sistema
Educativo. Es una evidencia que cada cual somos distintos y así deberíamos de
ser tratados y valorados.
Visto que no valoramos la creatividad, ni
la capacidad crítica, mucho menos se valora la empatía.
Cuando precisamente es lo que más necesitamos:
personas que afronten el futuro con un diez en estas asignaturas.
Futuros políticos y empresarios éticamente
incapaces de robar, extorsionar o engañar.
Que sepan cuales son las negativas consecuencias
de evadir impuestos y de explotar a los demás.
Necesitamos futuros trabajadores lo
suficientemente críticos como para no dejarse traicionar, tanto como
productores, como consumidores y como votantes en su democracia.
Personas que sepan que no siempre comprar
lo más barato es lo más ventajoso, porque repercute en toda la cadena de la
sociedad, en los derechos de muchos trabajadores, aunque vivan muy lejos de
nosotros.
Personas que sepan que la solución a los
movimientos migratorios no está en construir una valla más alta y espinosa. Sino
en que ésta no existiera. No para venirse todos, que ellos quisieran poder estar
en sus casas y, además, va a ser verdad que aquí no cabemos. Sino porque, en un
mundo equitativo, esta frontera ya no debería ser necesaria.
Personas que comprendan que pasar desapercibido
y dejar las cosas como las hemos encontrados es la forma más sencilla de
practicar un mínimo ecologismo.
¡Alejandra, vuelve!
Y ahora regresemos a una clase en la que el
disfrute es cero. Porque el profesor tiene que estar más a mandar callar (e
incluso mandar sentar) que a enseñar y motivar. Siempre enfurruñado. Donde algunos
castigos son impuestos al grupo entero sin intentar averiguar o no
queriendo ver dónde reside el verdadero problema. Al final muchos muchachos
pierden las ganas de comportarse bien en clase porque, total, les
van a castigar igual o porque ven que el que realmente la arma sale
indemne sin asumir ninguna consecuencia.
Las familias, en este problema del mal
comportamiento en el aula, tenemos que reconocer que debemos aportar más esfuerzo y mejorar. Sí.
Nuestra función, ya lo dije, es que a
clase lleguen personas que sepan respetar y escuchar.
Mientras que la función de motivar y
enseñar, indiscutiblemente, recae sobre el profesorado.
Zanjo este tema, que ya comienza a
arrastrarme la espiral y no quisiera repetirlo tanto.
Y otro problema concomitante: Desde el
colegio, para mi desesperación personal y desintegración de la paz en mi
familia, se vienen mandando tareas para casa sin mesura.
Aunque no me pasa desapercibido que este curso vamos algo más desahogados. Mi agradecimiento desde aquí a los maestros que se lo piensan tres veces y miden sus envíos a los hogares.
Nos dicen que son para crear un hábito, para afianzar conocimientos, para que se hagan responsables y autónomos.
Aunque no me pasa desapercibido que este curso vamos algo más desahogados. Mi agradecimiento desde aquí a los maestros que se lo piensan tres veces y miden sus envíos a los hogares.
Nos dicen que son para crear un hábito, para afianzar conocimientos, para que se hagan responsables y autónomos.
No parece nadie darse cuenta de que el
resultado está siendo el contrario. Son ejercicios arduos y aburridos, por lo que
se convierten en un repetitivo "acaba-ya-por-lo-que-más-quieras-para-poder-hacer-otra-cosa-mariposa"
y necesitan continua colaboración, motivación y seguimiento por parte de la
familia. Por lo que generamos seres cada vez más dependientes en vez de más
independientes.
Deberes sí. ¿Por qué no? Pero útiles,
motivando y con moderación. Recuerdo que un día Julia trajo, además de toda su
retahíla de deberes, una ficha de Educación Física que tenía que rellenar con
datos de cuando ella nació: talla, peso y una foto o dibujo. Y esos mismos
datos pasados siete años, para que valoraran
todo lo que había crecido. Y me pareció una tarea muy bonita y didáctica.
Eso sí, sólo con buscar sus papeles del nacimiento, abrir la caja de las
fotos, pesarse, medirse... ya hubiera tenido trabajo, aprendizaje y disfrute
para toda la tarde. Pero sumando todas las tareas que traía sólo quedó tiempo
para: -¡Venga, date prisa y no te enrolles!-
Sería fundamental que tutores de curso y
especialistas se pusieran de acuerdo para no mandar demasiadas tareas en un
mismo día.
También cuando les toca examen, que no son
pocos, el día anterior les siguen poniendo la misma cantidad de deberes, cuando
hasta a los universitarios de hoy en día les dejan las semanas en las que hacen
exámenes sin ni siquiera tener que asistir a clase.
Reconozco que, a este ritmo de exigencia y
sumando la Ley del Mínimo Esfuerzo (que forma parte de
nuestra más primitiva inteligencia y que todos sabemos que aplican muy
correctamente nuestros pequeños), los deberes terminan cayendo en la desidia. Es
entonces cuando va Julia y hace una soberana chapuza. Y, como eso me irrita
mucho más que si hubiera decidido no hacerlo, si lo veo me transformo en
bruja-mamá y se lo mando repetir. ¡Hala, más trabajo para la rueda!
Queman también las tareas para los fines
de semana, puentes y vacaciones. Como son más días, pues más deberes. También
es de Perogrullo que todos necesitamos descansar y hay quien, incluso, necesita
trasladarse para poder visitar a familiares y amigos.
Creo que, precisamente para motivarlos en las
aulas (donde deberían aportar sus
verdaderas horas de trabajo y esfuerzo), deben disfrutar de la recompensa que
todos los trabajadores ansiamos: Tiempo libre para desconectar, para romper con
la rutina, para ver que pasa por el resto del mundo, para cocinar, para
aburrirnos, para mover el esqueleto, para tirarnos en el sofá, para crear con
nuestras propias ideas y nuestras propias manos, para salir al campo, para ir
al cine o al teatro, para mandar los hábitos al carajo un rato...
Y como última petición: La tarde de los miércoles sin tareas extras.
El jueves tienen Música y así disfrutaríamos de practicar con la flauta ;-)
Y como última petición: La tarde de los miércoles sin tareas extras.
El jueves tienen Música y así disfrutaríamos de practicar con la flauta ;-)
Estoy convencida de que si los padres, en
casa, no tuviéramos que gastar tanto tiempo y energía en pelearnos con nuestros
hijos para que hagan sus aburridas tareas y para explicarles bien lo que traen
sin comprender de la escuela, sacaríamos más tiempo para relajarnos todos y
conseguiríamos educar mejor, que es nuestra verdadera función.
A los alumnos hay que exigirles que
respeten a sus semejantes y que se respeten a sí mismos. Sí.
Por supuesto, de igual manera, deben respetar a los adultos. Pero no sirve de mucho
una impuesta y descabezada autoridad.
Para que profesores y padres dispongamos
de autoridad debemos ganárnosla también.
Hay que saber brillar más que ellos. Hay que darles motivos para que confíen en
nosotros. Somos las personas a las que deberían escuchar y admirar para que,
finalmente, si eso es lo que consideramos bueno para ellos, fuesen ellos mismos
los que quisieran seguir la estela.
A los niños podemos que pedirles esfuerzo, sí
claro. Pero con argumento y nunca desvinculado de la alegría.
Reconozcamos que muchas veces los hijos
son como los padres. En mi caso elijo la calma y disfrutar de cada momento,
incluso en el trabajo. Me lo he currado cada día de mi vida para que así sea y
lo voy consiguiendo. No es un problema para mí que el despertador suene a las
seis de la mañana y afrontar un nuevo lunes. Ni es un problema para mí, ni para
mis hijas salir a comprar al pequeño comercio de mi pequeña ciudad y tardar el
triple de lo estimado en volver a casa porque a nadie le negamos un agradable parlado.
Aunque tengamos deberes pendientes y la cocina por recoger.
Ya entiendo que, supuestamente, muchos
niños son más resolutivos y más rápidos con las tareas. Aunque también sé que
muchas familias sufren las consecuencias de los deberes y no son capaces de
sincerarse con el resto de la sociedad.
A mí es que nunca me ha importado quejarme.
Porque yo sí me caigo a veces de la moto.
Pero quizás lo peor esté en las propias
casas. Las familias cierran cada vez más el círculo de esta absurda presión
sobre el profesorado y su función. Muchas veces este intento de adelantamiento en los conocimientos y de acabar los temarios son a raíz
de esta presión familiar: -"¡Ay madre... que acaban infantil y no leen!
¡Uf...a este ritmo no acabarán el libro!"-.
La
imposición de deberes también suele ser así: -"Y sin deberes...¿qué
hacemos con ellos toda la tarde en casa?"-.
Nadie parece poner pie en pared para parar
el rodar de esta burbuja. No sabemos qué pasará con estos niños en el
futuro. Las diferencias entre ellos son grandes y serán peores.
No sé qué ganas les quedarán para seguir
estudiando después de la etapa de escolarización obligatoria. Supongo que pocas. De ahí el porcentaje de
Abandono Escolar Temprano.
Pocas fuerzas quedan para enfrentarte a
más estudios después de pasar por esta etapa tan poco sencilla que, casualmente, rima con pesadilla.
Nosotros en casa, éramos reacios a entrar
en este círculo. Pero, después de decenas de tutorías y charlas con mis
semejantes en la puerta del colegio donde he intentado exponer mi punto
de vista, me sigue pareciendo que siembro en suelo salado.
Mis esperanzas se fueron del todo a pique
después de asistir recientemente a una charla colectiva que nos ofreció la
orientadora.
Alguno se preguntará como no pedí la
palabra allí para rebatir casi cada frase. No era mi lugar ni mi momento. Si me
hubiera puesto a hablar, hubiera durado demasiado mi discurso y el tiempo
siempre es limitado.
Intentaré describir en un escueto resumen, aunque espero que no sesgado, parte de lo que aconteció pero no todo lo
que me sorprendió.
Allí se preguntó que si nos sentábamos los
padres con nuestros hijos a hacer los deberes. A lo que unos no contestamos y
otros dijeron que no.
-"Bien"- opinó -"Los
niños deben ser independientes y los padres no debemos castigarnos a sentarnos
con ellos"-.
Pero, después de varios minutos, recalcó que -"En todo caso, hay que repasar con ellos lo que estudian. Y por supuesto, para saber si se lo saben debemos leer el texto nosotros mismos. En definitiva, vais a hacer Quinto con ellos"- nos dijo. A lo que, quizás las misma voces que momentos antes negaron sentarse con ellos a hacer los deberes, contestaron desesperadas -"¡Si ya lo estamos haciendo!"-.
Pero, después de varios minutos, recalcó que -"En todo caso, hay que repasar con ellos lo que estudian. Y por supuesto, para saber si se lo saben debemos leer el texto nosotros mismos. En definitiva, vais a hacer Quinto con ellos"- nos dijo. A lo que, quizás las misma voces que momentos antes negaron sentarse con ellos a hacer los deberes, contestaron desesperadas -"¡Si ya lo estamos haciendo!"-.
Advirtió que se comprendía que hubiera
padres que, por distintos motivos, no pudieran ofrecer este apoyo y prosiguió:
-"Siempre se puede tirar de hermanos, vecinos..."-
Por favor, reflexionemos un poco. No
puede ser función del resto de la sociedad el realizar el trabajo de los
maestros. Ni aunque tengamos hijos.
Puedo recordar muchas más anécdotas, desde
la guardería... Llevo mucho tiempo tan sorprendida como incomprendida.
Correrían hoy ríos de tinta entre mis dedos.
Pero nada, en estos momentos, estamos abatidos,
dispuestos a cursar Quinto con nuestra hija. Porque, tristemente, a poco que nos
hemos asomado vemos que sus lagunas están siendo grandes. Eso sí, como
siempre he preferido estudiar con el culo posado en una silla. Nosotros sí nos
sentaremos con nuestra hija. Así que, seremos culpables. No exagero si os
cuento que me ha tocado llorar para someterme y asumir que colaboro en el
engorde de esta Burbuja Educacionaria.
Pero no os preocupéis que, además de gustarme mucho el quejarme, el llanto
siempre ha sido una salida rápida de mis malos rollos. Si me veis llorar, suele
significar, que en un ratillo estaré mucho mejor.
En todo caso, la alumna no podrá eludir toda la
responsabilidad. Tendrá que ser, como mínimo, el brazo ejecutor en los
exámenes. Para que trabaje un poco también, digo yo.
¡Venga Cariño, ánimo! ¡A ver si, a pesar
de nuestros despistes y faltas de ortografía, aprobamos!
Cuanta burbuja! Somos peces en pecera. A ver si pinchamos unas cuantas...
ResponderEliminarJajaja y eso que Juan Luis Guerra no te hace gracia.
EliminarYo "quisiera ser un pez
para tocar mi nariz en tu pecera
y hacer burbujas de amor, por donde quiera
ho, pasar la noche entera
mojado en ti..."
Te quiero.
Mucho que pensar poco que cambiar. Pero muy bien
ResponderEliminarYa sabes, para empezar a cambiar, primero hay que empezar a pensar.
EliminarIncreible texto Alejandra. Estamos exactamente en el mismo momento y reflexión, bueno, nosotros estamos cursando cuarto este año.
ResponderEliminarQue ganas de verte y charlar y llorar un poco juntas...
Avisa cuando vengas, porfi.
Besotes.
María José.
Llorar, tú sabes lo que he llorado...
EliminarTengo muchas ganas de vosotros. Pero este año lo tengo peor.
Los jueves, imposible.
Espero poder escaparme pronto a veros por Wayra.
Y, sino, de esta primavera no pasa vuestra visita.
Ya hablamos.
Muchos besos.
Estas cargada de razón. A seguir luchando.
ResponderEliminarBesos
Ja, ja, ja. Al final, nos escribimos más que hablamos.
Eliminar¡Ahora mismo os llamo!
No te rindas Ale, en la variedad esta el gusto, que al final podremos con ello. Que mas quisiéramos que hubiese mas "Cesar Bona" por el mundo. Me recordó en cierto momento una peli que me gusta mucho: El club de los poetas muertos.
ResponderEliminarEs una de las metas que hay que conseguir, que se admita la variedad.
ResponderEliminarVeré esa película, creo que he visto trozos y nunca la he visto entera. ¡Nos vemos mañana!
Aleeee!!!! ANIMO!!!! Que la razón y la sensatez están de tu parte!!!!! Que lógica y razonamiento mas lógico y de sentido común!!!!!!!!
ResponderEliminarYo siempre lo he dicho.....a los chavales hay que enseñarles con motivación........y eso esta todavía por llegar....
Bsssssss!!!!
En algunos lugares ya está llegando... a ver si en un futuro, no muy lejano, nos va tocando a todos. Besos.
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ResponderEliminarindividuos disponible día y noche tiene una tasa de interés del 2%
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