Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

sábado, 25 de enero de 2020

NUESTRAS ESPAÑAS VACIADAS.



¿Y si el problema tuviera, al final del camino, una cara parecida en sitios tan diferentes?

Que el medio rural se despuebla, ya se encargan bien de recordárnoslo cada día. Pero...¿No se deshabita ningún otro lugar?

Nací en Madrid. He vivido en distintos sitios.
Ahora resido en una ciudad pequeña. Muy pequeña. Cabeza de una comarca que va perdiendo los otros miembros de su cuerpo no tan poco a poco.

Ansío, en un futuro espero no lejano, vivir en un pueblo. Antes de hacerme más vieja. Tengo planes e ilusiones. Aunque sin fecha de caducidad. Sin prisa. Siguiendo la estela de quienes ya lo han hecho. ¡Valientes segundos!

Trabajar, trabajo en un pueblo pequeño. Muy pequeño.  En proceso de ser habitado cada vez por menos. La mayoría de mis compañeros vienen de pueblos cercanos en situaciones parecidas.
Sostienen la España que se vacía. ¡Valientes primeros!

Conozco amigos que han nacido (o lo hicieron sus padres) cerca de donde vivo o trabajo, en poblaciones chiquititas. Residen ahora en grandes urbes, como Madrid. 

Tuvieron que abandonar su tribu y su tierra, por los motivos que  todos conocemos y se explican aquí
En todo caso, tampoco pueden (o no quieren) vivir en el centro de la ciudad, cerca de donde trabajan, porque se les promete prohibitivo.

La sombra de la famosa España vaciada también planea sobre las  mismas entrañas de las ciudades más importantes. A veces también nos lo explican en las noticias.

Pocas personas  pueden ya habitar allí.
Conozco algunas que resisten en Madrid centro con plena convicción. Allí quieren y han logrado arraigar. ¡Valientes terceros!

Pero, daos cuenta, las tiendas del barrio también se os mueren, pocos niños alborotan vuestras calles,  ¿verdad? 
Continuos turistas y visitantes aparecen por doquier. No siempre son los más cómodos para convivir. Eso parece.
Los primitivos habitantes urbanos tuvieron también que salir corriendo.  
O han ido, por desgaste de la edad, desapareciendo o encerrándose en sus propias casas. 
Rodeados de tanta gente, mucha soledad no deseada.

El grueso de la población parece haber elegido quedarse en el medio. En busca de la virtud.
Obligadamente han optado por lo asequible, económica y socialmente.

Viven en lugares donde todo se vuelve prisa. Porque deben irse y volver de trabajar. El trabajo no está cerca, hay atasco para llegar o se aparca muy mal. Cuando se consigue tener un minuto, aún así, da pereza hablar con el vecino. Porque no hay vínculo ninguno. 
Porque los vecinos también siempre tienen prisa.

Lógico el arrollador éxito de las redes sociales.
Estas son la tribu que anhelamos. 
La recuperamos. Aunque sea en la distancia. Nos adaptamos a algún grupo ya existente o nos lo creamos nuevo. 
Recuperamos ese sentimiento de imaginarnos acompañados.

Si publicamos un texto, es como si charlásemos de nuevo con los amigos.
Volvemos a compartir nuestras preocupaciones, ideas y soluciones. 

Si colgamos fotos o vídeos, es como estar de nuevo sentados en aquel bordillo de la acera, viendo la vida pasar mientras nos rozamos, codo con codo, con nuestros mejores colegas.

Compartimos chistes,  guiños y carcajadas con esos memes tan ocurrentes que viralizan la red.

Nos reunimos con los familiares lejanos, viajamos a los lugares de nuestros antepasados, nos reunimos con los amigos de la infancia, con los otros papás de donde nuestros hijos comparten colegio, con otros amigos lejanos en la distancia (que no en el corazón), con más gentes de ideas afines a nosotros aunque los conozcamos poco o nada...

Podemos comunicarnos los que ahora sois o queremos ser de pueblo con los que ahora sois o queréis ser de ciudad.
Mirándonos a los ojos las dos caras de nuestras Españas vaciadas. 

De esta manera, al menos, nos podremos comprender. E incluso admirar.

Dejemos de ser para vosotros esas personas, simples y con demasiado tiempo libre, que os imagináis. Lejos, lejos de la realidad.

Y vosotros, ciudadanos de las grandes urbes, ya no debéis ser quienes no sabéis, o ni siquiera os paráis a pensar, de dónde proviene todo aquello que os llena el buche.

Perdamos el miedo a habitar lo más habitable.
Ese espacio a donde, en realidad, siempre queremos volver. 
Aunque solamente sea para pasar unos días en verano, aunque solamente sea los fines de semana,  aunque solamente sea para bailar sus fiestas, aunque solamente sea un ratito, una caña... 
Al vientre que nos sostuvo y dejó su impronta en nuestro ser. 

Perdamos el miedo a retomar el trabajo en lo imaginativo y productivo. Labremos, cuidemos y habitemos nuestra tierra.
Deshagámonos de trabajos especulativos que nos roban el tiempo y anulan las verdaderas capacidades humanas.

Se puede vivir en muchos lugares.
Nos conectamos a la red, nos movemos, nos informamos, nos vamos de vacaciones...¡a la gran ciudad mismamente!
A revivir y disfrutar un poco del atasquillo que respirábamos antaño los que nacimos por allí.

Cambiemos la perspectiva. Cambiémonos profundos a nosotros mismos. 

Desechemos el consumismo desatado que se nos instaló de serie. 
¿Qué otra cosa seguimos enseñando a nuestros niños? 
Les decimos: Hay que estudiar mucho para ganar mucho dinero. 
Más dinero que el vecino, si puede ser (debemos ser competitivos, a ver sino...). No serás feliz si no consumes. Un buen coche, viajes, ropa de moda, comida rápida, el mejor teléfono... y gente alrededor que nos lo mire, claro.
Hay pocas motivaciones más.

¿Alguien nos ha enseñado a vivir de forma ordenada con la naturaleza?

¿Por qué preferimos trabajar diariamente en el asfalto a cambio de poder disfrutar treinta días al año en el pueblo o subiendo una montaña o mirando el mar?

¿Por qué, cuando iba al colegio en la ciudad, nadie me explicó cómo se puede vivir tranquilamente en un pueblo?  

Camino voy, entre sembrados, viendo atardecer, de conseguirlo.
Ya os he dicho que tenemos planes. En plural. Estaré siempre en la mejor compañía.