Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

domingo, 26 de febrero de 2012

Lo que quiero ahora. Por Ángeles Caso.

Ángeles Caso.


Carmen me ha mandado por correo este artículo. 
Y me parece tan precioso, tan importante, tan vital, tan sencillo,  tan personal ...Que aquí  lo dejo copiado para quien lo quiera tomar y reflexionar. 
También está el enlace al original.

Lo que quiero ahora: http://www.lavanguardia.com/magazine/20120119/54245109494/lo-que-quiero-ahora-angeles-caso.html

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.

Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.
Ángeles Caso.

jueves, 2 de febrero de 2012

Julia Urosa y Leoncio Niebla. Una parte de mi historia.

Hubiera querido escribir esta resumidísima porción de mi historia familiar antes.
Pero, a veces, me paso de meticulosa.
Quisiera haber tenido más información, haber vuelto a hablar con quienes les conocieron, ordenar todos los datos y mis ideas…
Me lanzaré así, con lo que recuerde. Y si me equivoco en lo que sea, sin duda, me dejaría corregir.
 Es sólo el tronco de un árbol que, como supondréis, tiene mucho más enrevesadas sus ramas, pero si éstas no son podadas os perderíais en  un denso follaje.

Mi abuela Julia se casó, tardía, en primeras nupcias con mi abuelo Leoncio.
Con 39 años ella… ¡En aquellos tiempos! Aún así engendró tres hijos y vio crecer a siete nietos.

Sí, estuvo antes enamorada (cuando rondarían los 19) de Martín, un estudiante de Madrid que veraneaba en Collado Villalba. Se veían en el estío y se carteaban en invierno. Él le corregía las faltas ortográficas de los escritos. Ya que ella, aunque de buena ralea, carecía de estudios. (A mis manos llegó uno de sus regalos: un diccionario miniatura con cubiertas de cuero, que me empeñé en llevar al colegio en 5º de E.G.B. para que me lo birlara mi buena compañera Araceli. ¡Las madres siempre tienen razón: Lo debí de haber dejado en casa!)

Martín falleció joven, víctima de un mal disparo un día de caza.
Mi abuela, que tendría unos 80 años cuando se fracturó un brazo y tuvo que pasar unas noches en casa, durmiendo en una cama a mi vera, me hablaba de él y brillaban sus ojos, tintineando  en sus orillas las lágrimas.Yo misma también le visito cada vez que piso aquel serrano cementerio.

No quiso saber de otro hombre, aunque no faltaron pretendientes (casi todos de alto abolengo), hasta que apareció el tunante de mi abuelo: Alto, guapo, exótico, engatusador. Era cinco años más joven que ella, provenía de Arure en la isla de la Gomera, pero no sé qué contaría él al respecto en aquellos años de postguerra y dictadura, porque su historia es realmente histórica. De las rojas.

Fue uno de los fugados, junto a su hermano Luis,  del sahariano campo de Villa Cisneros en el  vapor Viera y Clavijo. Pedro Medina Sanabria tiene varias entradas al respecto en su blog “Memoria e historia canaria”.

Mi bisabuela Leonor no consentía tal boda. Pero mi abuela, persistente como buena Urosa, dio el sí quiero aún bien avisada de las consecuencias. Su vida cambió radical, todos sus privilegios de elegante señorita quedaron abolidos, la recién casada pareja tuvo que subsistir con una humilde tienda de ultramarinos en la Estación y a Julia le tocó trabajar como en su vida, dándose cuenta (esto me lo imagino por lo que conocí  a mi abuelo) de que su marido era incorregible, que en el bar se divertía más que en casa y que el agua más le gustaba para lavarse que para hidratarse las tripas.

Siendo aún una niña yo le preguntaba: -"Abuelo, ¿No quieres agua?"-
-"¡Déjame de agua! Hace once años que no la pruebo"- Contestaba.
Y podría ser verdad, nunca le vi beberla. Era más de vino y calimocho. Pero tampoco de estar borracho.

A lo que sí accedió la familia de mi abuela fue a aliviarle la carga de manutención y cría del  primero de sus retoños: Mi madre. Se crió entonces en casa de buena casta, custodiada por su estricta abuela Leonor y rodeada de sus tíos solteros que no dudaban en mimarla y agasajarla.
Aún con todo, mi madre y mi abuela siempre tuvieron ese vínculo especial que, incluso hoy en día, creo que las mantiene conectadas.

Mi abuela murió con 86 años porque sus riñones eran ya dos piedras verdaderas. Estaba sorda, sus manos temblaban al son que marcaba su parkinson y era un sol que te regalaba su calor y su sonrisa con tan solo mirarla. Los médicos dijeron que se apagaba y apenas transcurrió una semana. Rodeada día y noche de sus seres queridos, todos revoloteábamos por allí a modo de despedida. Marchó suave y discreta como su vida entera.

Mi abuelo acabaría sus días  unos años más tarde, ingresado en el hospital de El Escorial, no fui a visitarle porque, de mis labios, no tenía nada dulce que escuchar.

Y eso que yo, quererle,  le he querido. Mucho.

Tanto como se quiere a un abuelo al que mientras llamábamos al timbre mi madre aprovechaba para  recordarme:
-"Al abuelo también hay que darle besos"- El siempre gruñía y... me asustaba.

Pero con doce años (Al fallecer el Tío Pinki que era a quien siempre me sentí más cercana) fui capaz de redescubrir a mi abuelo  y nos hicimos grandes amigos, amigos de verdad o... eso creí yo.
Compartí con él  buenos momentos, muchas sonrisas cómplices y grandes historias como la de su fuga africana y la de la pedrada que fue causa de la carencia de uno de sus dedos.

Sí, grandes amigos…hasta que faltó la abuela Julia .
Creo (después de darle tantas vueltas) que por su propio miedo a verse solo, por querer tenernos  a cada uno de nosotros cerca, exclusivamente pendientes de él… terminó por enredar a sus hijos, nietos, yernos…en una mala espiral. Mi abuelo era un bichito.

No soy capaz de no quererle.

Aunque tampoco ensalzaré, ni siquiera a quien ha muerto, si no encuentro buenos motivos.
Aún hoy me entristece tener la duda de si realmente él me ha querido.
Ahora tengo más datos, me doy cuenta de que nunca dejó de ser un  superviviente.
Demasiado que mantuvo ese, aunque algo turbio, sentido del humor.

¡Abuelo; Espero que donde estéis te estés ocupando bien de la abuela, como siempre se hubiera ella merecido,  porque sino esta vez si que no te libras del cocotón!