He pasado, como cada día que puedo, por el blog de Ana y me he leído su entrada y el enlace en Bebés y más.
Y me ha hecho recordar una anécdota, con truquillo, que quizás os pueda ayudar cuando tengáis que cambiar el rumbo a cuenta de un yanopodemosmás.
A Julia, recién cumplidos los tres años, la apunté a natación. En la ciudad disponemos de una piscina climatizada (y de muchos más servicios que son muy disfrutables por los niños), pero sólo existe esa y sólo existe su método de aprendizaje para nadar.
Los primeros días comienzan jugando en una piscina pequeña, donde casi todos deben de hacer pie y disfrutan con su profe y amigos, hasta ahí bien. El segundo paso es irse a la piscina grande (que es de esas con sus calles y sus boyas que las separan) y allí comienzan sus ejercicios con los churros y las tablas.
Claro, cada niño lleva su ritmo, unos brincan al agua casi espontáneamente, otros deben ser ayudados y otros no avanzan a no ser que sean empujados. De estos últimos algunos se resignan, con omisión de su miedo y enfado, pero otros comienzan con reculeos, lloros e incluso vómitos.
Julia comenzó sus clases jovial y dispuesta. Pero no tardó en despertarse por las mañanas: “¿Hoy hay pisci?”. Salía del cole: "¿Hoy toca pisci?". Comiendo, fijaba la mirada y, sin más, sus ojitos se llenaban de lágrimas. Y preguntando, preguntando… La piscina era su terror.
Aguanté mientras la pude convencer empleando palabras, mientras la ponía el bañador en el vestuario.
Y acabamos cuando las palabras fueron insuficientes y el último día la tuve físicamente que empujar, mientras su monitor la obligaba a avanzar cogida de la mano.
Lo sé, demasiado tardé en reaccionar.Pensé que quizás al animarla la beneficiaba, que podría acabar gustándole de nuevo. Pero habíamos llegado a nuestro límite. Se acabó. Buscaríamos otro método.
Pensé la manera para que ella no sintiera que su miedo había vencido y dejar la puerta abierta por si quisiera, algún día, volver.
-“Escucha Julia, se nos han acabado las monedas para pagar tus clases de natación y ya no te podremos traer. Pero, si quieres, tengo una hucha sin abrir con algo ahorrado , podemos ver si hay suficiente para que puedas seguir viniendo. ¿La rompemos?”- Con la interrogación fingí emoción, después de haber comenzado con cierta (también fingida) preocupación.
Clavó su atónita mirada en mis ojos, entre feliz y descolocada -“No mamá, no la rompas”-Respondió todo lo rápido que pudo, moviendo su cabeza en clara negativa.
Estuve unos días repitiendo la misma pregunta y ella siempre respondió lo mismo sin dudar.
-"No, no hace falta. No la rompas".
En verano pasa unos días con mis padres, allí hay otras piscinas, con otros métodos (más alguna lección de Papá) y asumiendo que cada cual tiene su ritmo, poco a poco vamos avanzando. Como todo debería ser.
Sí Amy Chua,lo siento, yo también soy una mala madre. De tigresa debo de tener poco, con mis imperfecciones humanas me tendré que conformar.
A mí me paso tres cuaartos de lo mismo con Tommy que como siempre ha sido muy dramático me preguntó ¿por qué no destruye Dios esta piscina? Mi respuesta no fue tan pensada como la tuya. sencillamente no fue. Dejé de llevarle y punto. Hoy, como dice él, es un máquina en natación.
ResponderEliminarCon Jose, ya no me compliqué la vida. Hasta los 6 años no lo llevé y cuando lo hice fue después de haber estado de vacaciones. Con los otros niños por imitación y con más distenión perdió el miedo y lo demás fue coser y cantar.
Lo que está claro es que todo tiene su momento.
un beso
Qué bien has hecho, si tiene miedo no se le puede obligas, vale más esperar a otra ocasión.
ResponderEliminarPobrecita... qué suerte tiene de tenerte! y si no nada bien en su vida, no pasa nada! a la mía le pasa lo mismo, es un desastre pero se divierte... pues ya está!
Besicos!!
pues yo recuerdo con horror el olor de la piscina a la que me llevaban cuando era pequeña, y eso que tenía ya unos seis o siete años. No me gustaba, me daba miedo, odiaba ponerme aquel gorro en la cabeza y tenía frío al salir... Al final logré que mi madre dejara de llevarme, y nunca he sido una buena nadadora... pero mira por dónde, un día decidí que quería bucear y me saqué sin problemas el título de submarinismo, encantada de ser capaz de superar yo solita mis miedos. Al final si quiere nadar nadará, y si no, pues será de secano y no pasa nada
ResponderEliminarGracias chicas por vuestras "charlas" y vuestros recuerdos.
ResponderEliminarAhora me ha dado por pensar que lo mismo Julia estaba deseando seguir en la piscina... y su respuesta fue pensando en no perjudicar a la economía familiar...glup! Se lo tendré que preguntar de nuevo :)
Si es que las cosas suelen ser así.
ResponderEliminarYo llevé a mi hijo a natación desde los 4 meses porque se le iluminaba la cara de felicidad al tocar el agua.
Su hermana, tres años después, no tenía esa pasion por el agua pero yo vivo en una isla y mi casa tiene piscina, necesitaba que aprendiese a nadar(o simplemente flotar) porque me daba miedo que en un descuido la niña se fuera al agua.
Llegamos al trato de que aprendería a flotar y después lo dejaría por otra actividad que quisiera (que fue ballet). Ella fue resignada a natación un año. Iba resignada porque no le gustaba, pero no aterrorizada, nunca le dió miedo el agua. Nunca gritó ni pataleó ni lloró solo se cansó de ir.
Cuando aprendió a flotar la apunté a ballet, que también duró un año, después a patinaje que duró otro año....Al final no es cuestión de gustos sino de la constancia, pero eso es otra historia.
Si, lo de la constancia es otro cantar.
ResponderEliminar¡Menudo mérito criar a cuatro!
Encantada de conocerte Elena.