El lunes me acerqué al estanco. No, no he vuelto a fumar. Por si a alguien se le ha olvidado, seguimos teteando. Fuimos a comprar un sello que necesitaba Julia. Y correos por la tarde está cerrado.
Nos atendió Luisi. Hacía tiempo que no nos veíamos. Y le pregunté por sus niñas. Son tres yorkies. Tres generaciones.
A mí me encanta cuando alguien me habla de sus mascotas con tanto amor y reconozco que, éstas con pedigrí, son una minúscula preciosidad. Me alegro de que se compren en las tiendas y de que sean mimadas como se merecen. Ellas no pueden evitar ser esos cachorritos que cualquiera se llevaría a casa. A veces sin pensar en las consecuencias posteriores.
Tampoco me puedo contraponer a la cría de razas puras. Porque son perros elegantes, dignos de admirar y porque aportan biodiversidad al planeta.
Aunque os aseguro que de éstos también las perreras y protectoras está llenas.
¡Tanto otorgar caprichos sin meditar!
Pero no puedo dejar de defender a ultranza la adopción de animales abandonados, chuchos, feos… Y con la recomendación de mantenerlos esterilizados, castrados… ninguna palabra os sonará aquí adecuada.
A algunos les sorprende que defienda esta opción.
Pues resulta clara: son miles, millones, estos perros no deseados, que serán eutanasiados simplemente por haber nacido sin un hogar que los acoja. Opino que es mejor no dejarles siquiera engendrar y así acabar con tanto sufrimiento evitable, tanto deambular en el abandono, tanta perrera saturada y tanto líquido rosa inyectado en sus venas.
Han sido pocas mis incursiones en el mundo del voluntariado, cuando todavía podía más nuestro ligero y fresco altruismo que el miserable, comodón y plomizo egoísmo.
Lo dediqué a los perros abandonados.
En la facultad,impulsados por profesoras del Departamento de Parasitología (Quienes tienen parcela en mi corazón) y tomando la misma idea que ya funcionaba en la facultad de Barcelona, fundamos B.A.M. He perdido el contacto, espero que siga funcionado.
En aquel entonces Jordi todavía debería haber sufrido el Servicio Militar Obligatorio, pero prefirió aportar una Objeción de Conciencia a la sociedad. Sus funciónes fueron, entre otras, atender el teléfono de B.A.M. y abrir la perrera municipal de Cantoblanco los fines de semana (ya que al ser atendida por funcionarios sólo habría de lunes a viernes, negándoles la oportunidad a los perritos adoptables de ser conocidos, por ejemplo, con familias con sus niños).
Yo también hice mi Objeción de Conciencia allí.
Cada voluntario atendíamos a una familia, les acompañábamos en su recorrido por los cheniles y les presentábamos a los perros disponibles, que no eran todos. Si alguno resultaba afortunado comenzábamos el vericueto del papeleo y cruzábamos los dedos para que cayera en gracia en su nueva familia, le supieran querer, cuidar, respetar y comprender como el buen compañero que era.
En aquel entonces se sacrificaban de media 5.000 canes al año, tan sólo en Cantoblanco. Ya se comentaba que este recinto estaba obsoleto y que iba a desaparecer.
Los trámites, en una perrera municipal, venían siendo estos:
Si un animal era entregado por sus propios dueños, el sacrificio podía ser inmediato. Los mismos funcionarios (Que tenían su corazoncito), si disponían de cheniles libres y consideraban que era un perro con posibilidades, le otorgaban una ilegal oportunidad y les concedían unos días de más para ser presentados a posibles adoptantes.
Si el perro era encontrado en la calle y no tenía microchip se le dejaba unos días por si alguien lo reclamaba o denunciaba su pérdida y luego otros días de poder ser adoptado y si no… letal rosa.
Y si aparecía con microchip, localizaban al dueño, que las menos veces daba saltos de alegría por haber reencontrado a su amigo más fiel y las mayoría de las veces se hacía el loco o directamente renegaba del pobre animal. Estos procesos solían ser los más penosos para el malquerido can. Porque el encontrar, denunciar y penalizar a su desgraciado exdueño podía durar meses, en los que no podía salir del recinto, ni ser adoptado. Y el animal terminaba sumando sus días de callejear, a sus días de incomprensible encierro, menguando por momentos allí sus kilos, sus esperanzas y sus carantoñas.
No puedo por menos que denunciar desde esta pequeña ventana el abandono y el maltrato animal.
¡Él nunca lo haría!
La, en mis tiempos llamada, Fundación Purina, también contaba con incansables voluntarios que no faltaron sábados, ni domingos a reunirse con nosotros y con aquel cariñoso vigilante jurado, que hacía la vista gorda con el no se pueden tocar los perros. ¡Cómo privarles de algún mimito! ¡Si eran gratis!
Tendría muchas, muchas historias increíbles que contaros. Algunas con final feliz, casi siempre gracias a la incalculable paciencia de mis conformes padres.
Como la de la nervios Linda que no sabía sacudir su recortado rabo, si no bailaba también todo el resto de su cuerpo.
El despertador de los sábados Boomer.
El agrio Tufi y su también gruñona hija Nube, que aprendió a hacer sus necesidades cual gatita, en la arena de una caja. Paloma... ¡Puede con cualquier fiera!
Pitufina y su fogoso hermano Calcetines, al que conseguimos colocar en un espacioso chalé con todo el jardín para él.
La lastimada Yesca, víctima su madre de la investigación animal.
La fierecilla Pulgui, a ésta si no es Cristina Rupérez nadie le hecha el lazo.
El muy peludo, enredado, pestilente y gris de Zafra.
Tiza, bautizada por Manolo como "la perrita de alambre".
Mila, su pequeña cachorra a la que finalmente no pudimos salvar. Un moquillo galopante.
Xila, la elegante boxer a la que una parte de mi familia le concedió una nueva vida en un alegre vivero de la sierra de Guadarrama.
Aquel viejo Orejas del que, al morir mi abuelo, nos despreocupamos, confiando en que el resto de los vecinos le seguirían cuidando. Pero no le seguí la pista. Es una espina en mi corazón, me arrepentiré siempre tanto.
El reencontrado Tunete que viajó kilómetros y años hasta volver con su verdadera familia, que era Paloma, mi propia madre. Gracias a la labor del personal (supongo que también voluntario) de una protectora de Alcalá de Henares.
Pluto, que llegó a casa de Jose, Tomás y sus padres con el pijama ya puesto, totalmente dispuesto a quedarse allí y no volver a su salmantina perrera.
Galgos varios a los que la mayoría de las veces no podemos ayudar. Grandiosa la labor de Fermín y sus colaboradores en Scooby.
Ratulí, el primer perro de Jordi, rescatado de la carretera de Macotera junto con su cuarto y mitad de pulgas, sarna y garrapatas que terminaron trepando por las paredes del baño. Si no fuera por lo lejos que pilla Argentina y por tanto tiempo que los distancia, pensaría que es primo de Boomer. ¡Qué dos tíos! ¡Tan feos como cariñosos y listos!
Y Chusta, llegó desde la protectora Huellas (en Ávila), todavía me pregunto por qué la quiero, porque desde luego da más trabajito del esperado. Será porque es guapa la rubia.
Definitivamente el Amor no necesita motivos. Y cuidar, por el resto de sus días a un ser necesitado, nadie dijo que no conllevara un mínimo esfuerzo. Hay quien no lo entiende.
Es probable que me olvide ahora de alguno, pero seguro que aparecen cualquier día por el resquicio de otro recuerdo.
Me faltarían horas...
Ratulí y Chusta son los que ahora comparten su espacio con nosotros. Llevan michochip, chapa con nombre y teléfono, son vacunados en las campañas antirrábicas, pasan las vacaciones con mis padres y, por supuesto, viven felizmente asexuados. Aquí los tenéis:
Como me gustaría tener un perro. Pero es verdad q es una gran responsabilidad y no un capricho. Qué bonito post, y qué bonita y dura la labor de volintariado con los perrillos abandonados, un abrazo
ResponderEliminarSí, es para pensárselo... porque de media vivirán unos 14 años. Si es por falta de espacio y tiempo es mejor pensar en una hembra de raza pequeña (unos 5 kilos), siendo algo cachorra y con algo de paciencia hacen sus necesidades en una caja con arena. A Nube por las mañanas de entre semana nadie la sacaba a pasear... a ninguno en casa nos gustaba tanto el madrugar.
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