No soy lectora tan voraz como mi hermano, pero me gusta leer. Ciertas literaturas, como la poesía en verso, por ahora no me conquistan tantas veces como me gustaría, me suele costar descifrarlas y me suponen un gran esfuerzo interpretativo. Diréis que soy mentecata pero con la música clásica me pasa igual, cuando no sigue por donde espero que vaya, me pone hasta nerviosa. Como con la ópera, me terminan dando mucha envidia las personas que han aprendido a disfrutar con estos regalos del arte. A veces pienso que será cuestión de entrenamiento pero la tenacidad, desdichadamente, nunca fue una de mis virtudes. No me enorgullezco para nada de ello.
De todos modos, un poema, escrito por Manuel Benítez Carrasco, es mi preferido. No sé si se debe a que el protagonista es un perro vagabundo (de esos que me parten el alma cada vez que me encuentran y me hacen comprender, con una sola mirada, la inmensa crueldad egocéntrica de la civilización humana) o a que está en un libro que el mismo autor dedicó a mis padres, mientras mi hermano y yo dormíamos a pocos metros, allá en La Argentina. Vino a cenar por ser amigo de un amigo…no porque mi familia sea pródiga en verse a menudo con semejantes maestros :)
Tengo un CD de Rafael Amor en el que él lo relata y, al escucharle, se me anuda la garganta. El caso es que la letra la he copiado de algún lugar en la red y no tengo ese pequeño libro verde para compararla, está en casa de los abuelos. A cientocuarenta kilómetros de mis manos. Lo siento, el audio va con publicidad (además el volumen es muy bajo)y la letra puede que tenga alguna frase que corregir...queda pendiente.
07/12/2010. Estoy en casa de mis padres... corregidas las frases... esto parecía el "teléfono estropeado".
EL PERRO COJO (Manuel Benítez Carrasco).
Leído por Rafael Amor.
Con una pata colgando
-despojo de una pedrada-
pasó el perro por mi lado.
Un perro de pobre casta.
Uno de esos callejeros,
pobres de sangre y de estampa.
Nacen en cualquier rincón
de perras tristes y flacas,
destinados a comer
basuras de plaza en plaza.
Si pequeños, por el qué
finos y ágil de la infancia,
-baloncitos de peluche,
tibios borlones de lana-,
los miman, los acurrucan,
los sacan al sol, les cantan.
De mayores, por el qué
con que se les fue la gracia,
los dejan a su ventura,
mendigos de casa en casa,
sus hambres por los rincones
y su sed sobre las charcas.
Y qué tristes ojos tienen,
qué recóndita mirada,
como si en ella pusieran
su dolor a media asta.
Y se mueren de tristeza
a la sombra de una tapia,
si es que un lazo no les da
una muerte anticipada.
Yo lo llamo: psi, psi, psi...
Todo orejas asustadas,
todo hociquito curioso,
todo sed, hambre y nostalgia,
el perro escucha mi voz,
olfatea mis palabras,
como esperando o temiendo
pan, caricias o... pedradas.
No en vano lleva marcado
un mal recuerdo en su pata.
Lo vuelvo a llamar: psi, psi...
Dócil a medias avanza
moviendo el rabo con miedo
y las orejitas gachas.
Chasco los dedos; le digo:
ven aquí, no te hago nada;
vamos, vamos..., ven aquí.
Y adiós la desconfianza.
Que ya se tiende a mis pies,
a tiernos aullidos habla,
ladra para hablar más fuerte,
salta, gira, gira, salta,
lloran, ríen, ríen, lloran,
lengua, orejas, ojos, patas,
y el rabo es un incansable
abanico de palabras.
Es su alegría tan grande
que, más que hablarme, me canta.
-¿Qué piedra te dejó cojo...?
Sí, sí; malhaya, malhaya...
El perro me entiende; sabe
que maldigo la pedrada,
aquella pedrada dura
que le destrozó la pata,
y él, con el rabo, me está
agradeciendo la lástima.
-Pero tú no te preocupes;
ya no ha de faltarte nada.
Yo también soy callejero,
aunque de distintas plazas,
y a patita coja y triste
voy de jornada en jornada.
Las piedras que me tiraron
me dejaron coja el alma.
Entre basuras de tierra
tengo mi pan y mi almohada.
Vamos, pues, perrito mío,
vamos, anda que te anda,
con nuestra cojera a cuestas,
con nuestra tristeza en andas,
yo, por mis calles oscuras,
tú, por tus calles calladas,
tú, la pedrada en el cuerpo,
yo, la pedrada en el alma.
Y cuando mueras, amigo,
yo te enterraré en mi casa
bajo un letrero: aquí yace
un amigo de mi infancia.
Y en el cielo de los perros,
-pan tierno y carne mechada-
te regalará San Roque
una muleta de plata.
Compañeros si los hay,
amigos donde los haya,
mi perro y yo por la vida:
pan pobre, rica compaña.
Era joven y era viejo;
por más que yo lo cuidaba,
el tiempo malo pasado
lo dejó medio sin alma.
Fueron muchas las hambres,mucho
peso en sus tres patas.
Y una mañana, en el huerto,
debajo de mi ventana,
lo encontré tendido, frío
como una piedra mojada.
Como un duro musgo el pelo
con el rocío brillaba.
Ya estaba mi pobre perro
muerto de las cuatro patas.
Hacia el cielo de los perros
se fue, anda que te anda,
las orejas de relente
y el hociquito de escarcha.
Portero y dueño del cielo
San Roque en la puerta estaba;
ortopédico de mimos,
cirujano de palabras,
bien surtido de recambios
con que curar viejas taras,
-Para ti... un rabo de oro;
para ti... un ojo de ámbar;
tú, tus orejas de nieve;
tú, tus colmillos de escarcha.
Tú...
— y mi perro reía...—
tú... tu muleta de plata.
Ahora ya sé por qué está
la noche agujereada.
¿Estrellas... luceros...? No.
Es mi perro, que cuando anda,
con la muleta va haciendo
agujeritos de plata.
No lo he escuchado, pero sólo de leerlo se me agolpan las lágrimas... cuánto hay de dolorosamente cotidiano en este poema.
ResponderEliminarEn la poesía de la vida, yo conocí una historia al revés. Era un hombre pobre y solo, que dió cobijo y alimento a más de un alma perruna. Un día murió, aún joven, asistiendo a otro entierro. Y tras el velorio, uno de sus perros acogidos se escapó, y siguió su cuerpo hasta la iglesia, donde esperó a la puerta, y después hasta el mismo cementerio. Donde no entró, porque los humanos se lo impidieron.
Tal es la lealtad que no se conoce en el género humano. El fallecido era mi tío.
Vaya historia, siempre me emocionan... Yo soy muy "perrera" y simpre me duele en el alma cuando no "puedo" ayudar a todos los que encuentro. Tu tío estará muy orgulloso y siempre muy bien acompañado, allá en el "cielo de los perros".
ResponderEliminarQué triste realidad! Tantos perros abandonados! Ya de saber sólo de qué iba el poema me daba cosa leerlo. Me pasó lo mismo con el libro Tumbuctú,de Paul Auster, te lo recomiendo mucho. Muy duro también, pero muy bonito. Es como tu poema: da pena, pero también ganas de querer más a nuestros perros, no?
ResponderEliminarMe lo leeré.
ResponderEliminar¡Si, si, Querer a los perros? Si queremos a una "joya" como Chusta y a un "tan guapo" Ratulí... ya estamos "vacunados" para poder querer a cualquier perro :DDDDDDDD Pobretes.
Ale tuvo una perra que debió de vivir como 27 años o más, 'cloud'... seguro que está en el cielo de los perros.
ResponderEliminarJajaja! Ayer me acordé de lo que había escrito aquí cuando Arae, mi perra, se puso a vomitar todo el salón, recientito limpio que lo tenía yo, después de comerse no sé qué guarrería de la calle...
ResponderEliminarHoy le ha tocado a la gata vomitar bolas de pelo y a las 5 estábamos recogiendo. Si por lo menos vomitase sin maullar para despertar a todo el mundo... en fin, ellos son así! Ahora lo pienso y me río.
¡Ay Nube... No he tenido perro tan especial, lo que nos queríamos! Tan arisquilla... sobre todo contigo Santi, nunca olvidó aquel día que tanto la hiciste rabiar... ¡Qué tiempos aquellos!
ResponderEliminarJo Blanca... que paciencia hay que tener...sólo los que convivimos con y amamos a perros, gatos o mascota cualquiera lo sabemos.
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