Aún a riesgo de resonar a cierto anuncio de vehículos que ponían, no hace tanto, en la tele os diré que: Me gusta conducir.
Y a pesar de que algunos se empeñen en lo contrarío (supongo que por la justamente asignada fama de despistada) considero que no se me da mal. Algunos amigos, como Nico, siempre confiaron en mí. Intento ser prudente (alguna vez me puede la prisa… ¿Qué es eso? ¿Una bala, un cohete, Super-Man…? No, es una mamá que no quiere llegar tarde a la canción de fin de curso), es verdad, pero no por ir más deprisa o meter más ruido se conduce mejor, creo yo.
Se reía Alfonso cuando camino de la Cooperativa, hacía un poco el tonto y le imitaba, revolucionaba un poco al Clío –“Mira, como tú”- “Brum, Brum…”- Y giraba exagerada el volante en las curvas de la vía. O cuando yo pisaba el embrague y él cambiaba las marchas o al revés... ¡Menudo equipazo!
Cada día sigo recorriendo cuarenta kilómetros para allá, a ver a mis ovejitas, y otros tantos de vuelta a reencontrarme con los míos.
No me disgusta, sino todo lo contrario, es mi ratito de meditar, de observar, de escuchar noticias y cantar canciones.
Controlo bien situaciones básicas como usar el freno-motor, salir cuesta arriba sin usar el freno de mano, aparcar en línea … recorrer ciertos metros marcha atrás, a toda máquina, conduciendo un coche que no era el mío, entre la estrechez de unos altos bordillos de un peaje allá tirando para Logroño, José Carlos lo sufrió bien.
Molestan los caga-prisas que me pasan por la autovía a más de ciento sesenta y si es que vuelven al carril de la derecha, lo hacen peinándome el flequillo, aparecen casi sin avisar aunque raramente me pillan desprevenida, porque sigo muchos consejos de cuando mi padre me enseñaba a conducir con aquel SEAT Panda azul celeste –“Controla siempre los espejos, mira para atrás casi lo mismo que para enfrente”- Y así lo hago, y allá los veo venir a los balas-perdidas … ¡Zium! Chao.
Pero casi me hinchan más esos conductores pseudo-competitivos que se pasan un buen rato demasiado cerca, despreocupados de guardar las distancias, para luego adelantar a duras penas y ponerse justo delante a ciento dieciocho… ¿Y ahora que hago? ¡Qué desesperación! ¡Qué gente más rara!
Sin embargo agradezco cuando , precisamente por la costumbre de mirar y remirar los espejos (o a veces soy yo quien les sigue), veo que kilómetro tras kilómetro me custodia algún coche que, a la distancia justa, mantiene mi velocidad; no consigo ver su rostro, ni si es hombre , ni mujer, ni si es joven o anciano, ni si lleva niños, ni el modelo exacto de su auto, ni si sonríe, ni si va cantando o fumando… pero siempre lo acojo como un buen compañero de viaje, respetuoso y atento, al que empiezo a echar de menos desde el mismo momento en que veo que toma un desvío distinto al mío o soy yo la que ya debe alejarse de su camino.
Historias del día a día.
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