¡Al fin verde este paisaje! Ese en donde puedo, libre, estirar la mirada como quien desenrolla de un plumazo una larga alfombra de pasillo, hasta el inalcanzable horizonte que une tierra y cielo multicolor, en el que cada alborada cambia las rayas de su pijama el sol.
Esta es mi nueva Castilla la Vieja, porque yo nací también castellana cuando lo que hoy llamamos Comunidad Autónoma de Madrid pertenecía a la otra Castilla, la Nueva, la del Sur.
De todos modos, este paisaje fue un desconocido para mí hasta que el destino me depositó aquí. Me costó acostumbrarme, sobre todo me faltaban los árboles de la Cuenca Alta del Manzanares, enebros, encinas y madroños cercanos donde subirme, donde esconderme, de los que recoger sus frutos, que me dieran sombra, entre los que camuflábamos las cabañas secretas con mis amigas de la preadolescencia.
Me faltaban los roquedales, donde escalaban Coque y Nico ante mi atónita mirada; rocas de granito, con sus pintitas desde negrísimas a transparentes en toda la gama de grises, cubiertas de escurridizo musgo en invierno, tostado y crujiente en verano, por donde deambulaban aquellas enormes hormigas solitarias; grandes piedras para trepar hasta el Canto del Pico y desde allí divisar la Capital del Reino con su corona de cenizas planeando sobre sus altas torres.
Me faltaban también los matorrales, las pegajosas y olorosas jaras vestidas de manchado blanco, el tomillo y el cantueso con sus orejitas moradas, tantas cosas añoraba…
Al llegar, La Moraña sólo me ofreció llanuras, de tierras muy secas, en pleno mes de julio. No me planteé lo que para otras épocas del año me deparaba.
Pero ya soy muy capaz de apreciar y valorar lo que a diario observo. Aquí, en primavera, comienzan a florecer las malas yerbas que salpican de colores las lindes y cunetas; se comienzan a lucir las cigüeñas, con sus crotoreos, en lo alto de las ruinas de Castro Nuevo; comenzarán a estirar sus tallos los cereales para poderse mecer, con el inagotable viento que aquí sufrimos, en mansas olas envidiando a los lejanos mares, primero se verán verdes y silenciosas pero cuando se agosten al sol del verano comenzarán a susurrar confusos murmullos al son de sus roces. Quizás teman que lleguen, desde el Sur las cosechadoras, a convertirlas en regueros de paja seca mientras deshacen sus espigas en cada uno de sus granos, que se molerán en harina para hornear ricos panes y bizcochos o para alimentar al ganado que, por aquí, dispone de pocos prados.
La paja que allí quede será apresada en pacas, unas: rectángulos que un día alguien ordenará en un gran Tetris3D todas bien encajaditas, las otras: grandes ruedas desafiando la pendiente de algunos valles y suaves colinas.
Llegará el otoño y con las primeras lluvias, cuando el terreno ablande un poco, los imponentes tractores sembrarán las mejores semillas, las que se salvaron de la molienda… otro ciclo sin fin.
Me gusta este paisaje, cambiante. Necesito este horizonte, libre, abierto. Me inyecta energía. El hormigón urbano, definitivamente me la sisa. Me puede.
Mis senderos ahora son estos, a lo lejos lo único que se alza, allá hacia el Sur, es la Sierra de Gredos, si busco en otros puntos cardinales no hallo nada o lo encuentro todo: un cielo donde las nubes viven ordenadas desde las más grandes, en primer plano, hasta las más minúsculas allá lejanas, todas a al mismo nivel del suelo como apoyadas en un cristal que no les permitiese bajar más.
A veces me quejo de este clima continental tan extremo, pero no se estará tan mal por aquí, cuando aquí me quedo. Creo tener la fortuna de pasar cada día por desde donde, supongo, sacaron esa foto predeterminada que otros tantos sólo pueden disfrutar en la pantalla del escritorio de su ordenador.
Yo también soy otra de las trasplantadas en este lugar de la provincia de Salamanca. Al principio fue muy duro estar aquí, era muy distinto al entorno en el que yo había pasado mi vida. Yo siempre, como tú, había estado rodeada de montañas. en verano amarillas por los ramos; en otoño ocres por los robles: en invierno blancas; en primavera, multicolores.
ResponderEliminarEl venirnos aquí fue un regalo: iba a ser nuestro primer hogar. Compramos nuestra primera casa, nacieron mis hijos, trabajé durante casi diez años, hicimos nuestra segunda casa, conocimos a muchas personas... y a algunos buenos amigos.Aquí hemos hecho planes de futuro.
Supongo que no es un lugar bonito pero ha sido el lugar que elegimos para echar nuestras raíces. Como dice la canción: Aquí (no) nací, (pero) aquí quiero quedarme, pongamos que hablo de...
Bueno Vecina...la verdad que hasta que no nos construyan "por medio" no nos podemos quejar de vistas. ¿De qué estará sembrada aquella parcela amarilla? Asómate al balcón. Se ve tan llamativa.
ResponderEliminarLuego nos vemos.
Qué descripción tan bonita, Ale :) ...
ResponderEliminarNo tengo la suerte de disfrutar de la vida más cerca del campo, como vosotras, pero lo cierto es que la mayoría de las capitales castellanas no son tan urbanitas. En un tris se divisa el campo desde casi cualquiera de ellas. Aún me falta conocer Soria (estoy deseando), y creo que no me defraudará.
Cuando a mi me trasplantaron aquí, con 15 años, desde mi Asturias natal, todo me parecía feo y triste. No encontraba el verde, no había montañas, no olía a humedad... la gente me parecía tan seca... después de varios años aprendí a valorar todo lo que me parecía distinto. Todas las cosas que tu describes. Enseguida me aficioné a ese sol que brillaba en medio de un azul intenso incluso a 3 o 4 grados bajo cero en las mañanas de invierno. Y en cuanto a la gente, acabé por descubrir que tras esa sequedad en algunos sólo había mala educación, pero en muchos otros había un carácter noble y discreto, que si bien no se abre con facilidad a los nuevos, cuando lo hace es sincero y para toda la vida.
Nací en Asturias, pero toda mi familia es de las dos Castillas, mi hijo es castellano... desgraciadamente, no creo que echemos raíces aquí, pero aunque entonces me doliera tanto que me transplantaran, ahora agradezco la perspectiva en la vida que me ha dado. Ojalá que sus propios la valoraran más,y sus políticos hicieran algo más por ponerla donde debería estar...
Si es verdad, Ávila y Salamanca no sufren de tanto hormigón sino de "piedras preciosas"... y de todos modos a mí Madrid, por ejemplo también me gusta... pa´ un ratillo.
ResponderEliminarPero la verdad Caro de Asturias aquí... menudo trauma :D díficil de superar :DDDDDD mi niña...
Ale. ya me he enterado de ´qué son esos campos amarillos que salpican el campo salmantino y nos sorprenden: colza. Creo que se va a utilizar para fabricar biodiésel.
ResponderEliminarNos vemos mañana.