Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Una nueva maternidad. Saltar el río.



Lo cierto es que me quedo con ganas de releer el libro (Una nueva maternidad) antes de ponerme a escribir sobre él.

Porque  no seguía a todas las autoras y todavía tengo alguna laguna de quien es quien.   Besote gordo a Caro, porque ella debería saber que es muy especial, yo también TQM.

Su lectura es sencilla de describir : Estremecedora e  imprescindible.  Para todos, especialmente para los que no sobrevuelan habitualmente la blogosfera, ésta blogosfera.

Lo comencé con tantas ganas que lo he asimilado como he podido, un poco atropellada.

Necesito un poco de invierno, con sus fines de semana en casita,  para leerlo de nuevo, marcarlo, compartirlo y disfrutarlo otra vez.

Cada entrada publicada toca una tecla del corazón. Todas me han encantado:  Por su sinceridad, su ternura, su talento al transmitir, las ideas plasmadas,  ideas estudiadas, ordenadas, mimadas. Muchas me han sorprendido... Me queda tanto por leer y aprender.

Quiero destacar hoy un escrito, por ser el espejo que devuelve la más fiel imagen que ahora vivo. Su autora ha destacado alguna palabra en negrita y yo... lo marcaría todo.

Os la dejo aquí. Y pido a quien me quiera de corazón (a quien quiera saber de mí, de mi naturaleza interior, a quien quiera conocer  los demonios que me autoconsumen cuando no consigo llegar a la otra orilla, cuando me enfado o levanto la voz en casa) que lo lean despacito, que intenten asimilar que hay "otra" manera -de educar-, que me encantaría que todo me saliera bien y que mis hijas, por lo menos, aparentaran estar "bien adiestradas" (muchas veces lo conseguimos)... Siempre gusta quedar bien o en muchas ocasiones, por lo menos, poder pasar desapercibidos.

Que mis hijas, cuando maduren,  puedan también leerlo, porque resume en lo que me intenté esforzar, que comprendan mis errores, que sepan que no me he caido al río porque me guste refrescarme sin más,  sino porque  intento sacarlas conmigo de aquella orilla (En la que, por otro lado, seguro que sería más sencillo quedarme). Mis chicas, os quiero con toda mi locura.


La lectura de una serie de artículos y comentarios, tanto en medios de comunicación tradicionales como en blogs particulares, me ha tenido reflexionando unas cuantas madrugadas (a esa hora a la que el pequeño me pide teta y ya no consigo volver a conciliar el sueño es un momento magnífico para reflexionar, inmersa en la tranquilidad de mis hormonas matinales y maternales).
Lo que más me ha impactado de estos escritos es la manera en que mezclan “churras con merinas” sin el menor escrúpulo, demostrando una ignorancia terrible. Para ellos, el niño criado en la filosofía de la crianza con apego, o como muy acertadamente la denomina Ileana Medina, “crianza corporal”, es sinónimo del “pobre niño rico”. Ya sabéis: ese niño malcriado, cruel y egoísta. Ese niño “rey de la casa” que hace de su capa un sayo, que tiene miles de juguetes y todavía pide más. El niño que recibe todo lo material que pide. El niño “sin límites”. El niño maleducado.

            Según ellos, para no criar un monstruo semejante hay que renunciar a la lactancia, al colecho, a tomar en cuenta las necesidades genuinas de sus hijos. Hay que imponer por la fuerza, si es necesario por la fuerza física. Hay que humillar, someter, dar algún cachete "a tiempo" y dejar llorar (para que ensanchen los pulmones)... En fin, lo que Ileana  Medina cita en su genial artículo Criar desde arriba.

            Pero lo cierto es que este “pobre niño rico”, este "niño mimado" y "malcriado" es exactamente el resultado de una crianza desapegada y de abandono, donde la falta de apego, dedicación y respeto por sus necesidades más fundamentales se tratan de compensar con un exceso de "caprichos " materiales y una falsa tolerancia .Y  yo me pregunto: ¿Qué es lo que lleva a esta imagen tan distorsionada de la realidad? Reflexionando sobre mi propia experiencia y sobre mis propios errores en la crianza de mis hijos lo he visto más o menos claro:

            En la crianza de nuestros hijos, al aplicar los métodos conductistas y adultocéntricos defendidos tradicionalmente por la sociedad patriarcal, los padres caminamos por una de las orillas de un río: orilla de  los métodos conductistas y la  "pedagogía negra" que tan bien describe Alice Miller.  La crianza corporal se encuentra en la otra orilla. Muchos padres queremos cruzar,  y para cruzar tenemos que saltar. Pero el éxito de nuestro salto depende de muchos factores: la confianza en nuestro deseo e instinto, nuestros conocimientos científicos del tema, nuestra capacidad para no dejarnos arrastrar por la masa humana que anda en la primera orilla... Son muchos factores los que nos pesan y cuando saltamos, a veces nuestro salto no es lo suficientemente amplio y caemos al agua. Entonces, los de la orilla nos ven ahí, sumergidos en nuestro fracaso, luchando en aguas revueltas  y nos acusan de estar en esa situación por no ir con ellos, por intentar hacer las cosas de otra manera. Lo que no ven es que nuestro objetivo no era ese -estar en el agua- sino estar en la otra orilla. Pero podemos volver a intentarlo. Volveremos a saltar. El caso es que tenemos claro el objetivo y queremos alcanzarlo, y cada salto tiene más fuerza porque aprendemos de nuestros errores.

                Os pongo unos ejemplos de mi propia experiencia personal: cuando nació mi primer hijo yo tenía una cosa muy clara: no lo dejaría llorar. Así que me pasaba el día con el niño en brazos. Me encontré en esa situación tan bien descrita por Mónica de Felipe en su artículo Un día típico en una casa típica de una típica mamá, en la que a las dos de la tarde todavía estaba en pijama, sin ningún objetivo del día cumplido aparte de estar con el bebé en brazos sentada en el sofá o caminando por la casa. Y, encima, el bebé nervioso y llorón... Me había caído al agua.

                Pero con mi tercer hijo las cosas fueron muy diferentes : cuatro años de “estudios maternales” ,con teoría y práctica, y la existencia de dos pequeños más que hacían imposible no dedicarles la atención que necesitaban, me permitieron dar el salto correcto que me llevó a la orilla correcta. Me colgaba al benjamín de un fular. Así, con las manos libres, yo hacía lo que tenía que hacer (al menos al 90%) y, ¡sorpresa!, el peque dormía feliz, tranquilo y absolutamente satisfecho. La lectura del libro de Jean Liedloff  El Concepto del Continuum (Editorial OB STARE, 2006) me dio la respuesta: no se trata de estar con el bebé en brazos, esperando que éste dirija tu vida. El bebé está programado para sumergirse y disfrutar de la vida de su madre, de su comunidad. Lo que él espera es estar pegadito al cuerpo de su madre -y no solo en una cuna en una habitación de florecitas rosas, apartado de todos y de todo- y que su madre siga con sus actividades a la vez que lo portea a él -no una madre frustrada, sentada en un sofá, en pijama, sola, angustiada, que le mira esperando que sea él el que solucione esa situación-. O sea, los requerimientos son dos: contacto con mamá y mamá haciendo una vida feliz y activa. Cumpliendo sólo el primero no funciona. Para llegar a la otra orilla necesitas cumplir los dos.

               La situación vivida con mi primer hijo es el típico caso en el que los de la orilla patriarcal me decían que tenía que dejarle llorar en su capazo, que así no podía seguir. Ellos sólo me veían nadando en aguas revueltas y llegaban a la conclusión de que mi método era ridículo y fallaba. Pero no, señores, ¡¡¡es que ese no era el método correcto!!!! Estaba equivocada. Cuando di con la solución correcta que sí pertenecía al modelo de “crianza corporal”, todo fue como la seda: para mí, para el resto de la familia y para mi pequeño.

             Otro ejemplo con niños ya más mayorcitos: mi hijo mayor descubrió unos bloques de poliespán y decidió que iba a nevar en casa. Los deshizo con los dedos y dejó la casa más nevada que la calle. El método conductista ante esta situación sería: darle un buen rapapolvo, obligarlo a limpiarlo y castigarlo sin “no sé qué" y a la cama. El método “pseudocrianzacorporal” es:

            - Cariño, ahora lo vamos a limpiar
            - Nooooooo, que estoy cansado
           - Bueno, pues ya lo limpia “mamáburradecarga” mientras tú te entretienes tirando todos los dinosaurios en el suelo de tu habitación.

                Mensaje: "Tú no te preocupes que mamá te resolverá todos las situaciones complicadas en las que te metas en tu vida porque tú no eres capaz de hacerlo". 
               Tampoco es eso. En este caso, fue el padre  el que hizo una verdadera exhibición de “buen método”. Fue más o menos así:

                - Ahora vamos a limpiar todo esto porque así no podemos ponernos a cenar
                - Nooooo, estoy cansado.
                - Bueno, pues hay que limpiarlo. Mira, cogemos la escoba y el recogedor...
                - Noooo, no me apetece.
               - Hijo, así no puede quedar esto. Tenemos que cenar y queremos cenar en una casa limpia. Tenemos que encontrar una solución.

                 (Y aquí entra mamá que ya ha reflexionado y decidido no convertirse ni en mamá conductista ni en mamá “burradecarga”)

                 - Con el aspirador funcionará mejor y te va a gustar, ya verás. Vamos a bajarlo.

                   Y papá le prepara el aspirador, que el niño coge encantado de la vida. Un cuarto de hora más tarde, mi hijo ha limpiado él solito el suelo del salón y la cocina y, además, se lo ha pasado fenomenal. Está orgullosísimo, y ver su orgullo por haber hecho las cosas correctamente me llena a su vez de orgullo a mí. Buen rollito familiar gracias a la sensatez y buen hacer del papá.

                     Si me hubiera dejado llevar por mi vena conductista hubiéramos acabado con el pequeño llorando en su habitación, y yo, recogiendo las dichosas bolitas de poliespán.

                      Si me hubiera dejado llevar por la pereza de no aplicar correctamente el método respetuoso no conductista  ( recoger yo las bolitas para evitar reñirle y terminar con lloros y castigos) hubiéramos acabado con un niño que, aparte de no sentirse a gusto porque ve a mamá dolida y enfadada , sabe que no ha hecho bien las cosas, con el agravante de que no ha  aprendido que él solito es capaz de enmendar sus propios errores; y, además ,  una mamá sintiéndose la “burradecarga” más “burradecarga” del mundo y de muy mala leche.

                    La “crianza corporal” es algo más que un método de crianza. Es toda una filosofía de vida: una filosofía basada en el amor y el respeto por tus hijos y por ti misma. Por la naturaleza de todos.

                    No se trata de dejar que los niños “hagan lo que quieran” sino de ayudarlos a encontrar lo que realmente quieren y deben hacer. No se trata de hacer de tu hijo el centro de tu universo porque eso es absolutamente asfixiante para él, sino de dejarle clarísimo que es parte de ti, que es importantísimo en tu vida: algo único e irremplazable, que es un gran placer para ti ser su madre.; pero él tiene su propio centro, su propio universo y tú estas ahí acompañándolo en su historia de crecimiento y compartiendo tu experiencia con él: nutriéndolo.

                      Cuando nos olvidamos de todo esto, caemos al agua. Pero siempre está la oportunidad de volverlo a intentar y llegar a la otra orilla la próxima vez. El peso de nuestra propia crianza, basada principalmente en la "pedagogía negra", es difícil de superar, pero podemos hacerlo. 

                      Yo tengo una manera muy sencilla para saber cuándo he hecho bien las cosas: ver cómo me siento. Si me siento mal es evidente que, o bien me he quedado en la orilla que no quiero o bien me he caído al agua. Si me siento bien (y es un “sentirse bien” muy enriquecedor) he saltado correctamente.  Y es que el deseo de "criar  bien" a nuestros hijos con amor y con respeto, sin humillaciones ni violencia; enseñando, guiando y  acompañando, está en nuestra naturaleza  más profunda.  Cuando conseguimos superar nuestra mala educación y criar a nuestros hijos según nuestra  vieja sabiduría de seres humanos, todo fluye: nuestros hijos y nosotros estamos bien, y las crisis se solucionan positivamente para todos. Cuando esto no ocurre,  la  relación familiar se carga de tensión y de dolor, y todos nos sentimos angustiados. Por suerte siempre podemos romper la mala inercia reconociendo los errores, disculpándonos si es necesario, y dando a nuestros hijos vía abierta para que expresen el dolor o la frustración que han sentido al sentirse "maltratados" por nosotros: sus padres.

                 Quizás algún día consiga quedarme en la orilla correcta sin caer continuamente al agua o volver a la orilla "conductista". Tal vez esto nunca lo consiga yo, pero espero que lo consigan mis hijos con sus propios hijos. Supongo que hay objetivos inalcanzables para una sola vida,  pues arrastramos muchas generaciones criadas  a base de "pedagogía negra”. Pero al menos démosles un punto más cercano desde donde saltar a la orilla de la "crianza corporal"  para que esa orilla esté cada vez más poblada y empiece a funcionar una sociedad y una humanidad más pacífica, respetuosa, libre y feliz.

 Gracias María. Gracias a las 15. Espero estar el 23 en Madrid.

3 comentarios:

  1. ¡ Gracias por compartir esta maravilla ! describe a la perfección lo que deberia ser la crianza corporal, natural, respetuosa o como queramos llamarla. Con mi primer hijo, yo era más o menos como describe MAria,él era el centor d emi existenia y todo giraba en torno a él, hasta que me di cuenta de que él era feliz estando conmigo, en cualquier circunstancia, no le hacia falta ser el ombligo del mundo. Me lo colgué de una mochila y comenzamos a hacer vida normal. Asi lo hago ahora con mi segundo hijo tambien y no nos privamos de nada. Me encanta, además, la idea de que mamá, auqnue amorosa y respetuosa, no se convierta en mamáburrodecarga, ni en mamá ogresa, claro. ¡ Genial !

    Un besito

    ResponderEliminar
  2. Me envuelve una imagen: Una madre/padre sumergida en las rápidas aguas de un rio, empapada/o, con mucho frio y viendo como le señalan con el dedo todo un comité de expertos de la vida desde la orilla. Pero a la vez su pensamiento: " Aquí estoy, me he caido al rio, pero en cuanto pueda vuelvo a tomar carrerilla para poder pasar al otro lado, ¡coño!, que en esta orilla y con vosotros no hay quien esté...y chof!!! otra vez agua. Esta imagen se me antoja tan válida para tantas cosas en la vida, que la voy a guardar en mi chistera.
    Me encanta lo de "nuestra vieja sabiduría de seres humanos", y la comprobación de la corrección de las cosas: " ver si me siento bien" después de cada paso. Eso también me lo quedo.
    pronto nos vemos en la otra orilla...

    ResponderEliminar
  3. Sí chicos, paseando por la otra orilla parece que se respira mejor ;-D

    ResponderEliminar

Me interesa tu opinión. Por faaaaaa... Deja tu comentario: