Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

lunes, 26 de abril de 2010

En un lugar de La Moraña...

¡Al fin verde este paisaje! Ese en donde puedo, libre, estirar la mirada como quien desenrolla de un plumazo una larga alfombra de pasillo, hasta el inalcanzable horizonte que une tierra y cielo multicolor, en el que cada alborada cambia las rayas de su pijama el sol.

Esta es mi nueva Castilla la Vieja, porque yo nací también castellana cuando lo que hoy llamamos Comunidad Autónoma de Madrid pertenecía a la otra Castilla, la Nueva, la del Sur.

De todos modos, este paisaje fue un desconocido para mí hasta que el destino me depositó aquí. Me costó acostumbrarme, sobre todo me faltaban los árboles de la Cuenca Alta del Manzanares, enebros, encinas y madroños cercanos donde subirme, donde esconderme, de los que recoger sus frutos, que me dieran sombra, entre los que camuflábamos las cabañas secretas con mis amigas de la preadolescencia.

Me faltaban los roquedales, donde escalaban Coque y Nico ante mi atónita mirada; rocas de granito, con sus pintitas desde negrísimas a transparentes en toda la gama de grises, cubiertas de escurridizo musgo en invierno, tostado y crujiente en verano, por donde deambulaban aquellas enormes hormigas solitarias; grandes piedras para trepar hasta el Canto del Pico y desde allí divisar la Capital del Reino con su corona de cenizas planeando sobre sus altas torres.

Me faltaban también los matorrales, las pegajosas y olorosas jaras vestidas de manchado blanco, el tomillo y el cantueso con sus orejitas moradas, tantas cosas añoraba…

Al llegar, La Moraña sólo me ofreció llanuras, de tierras muy secas, en pleno mes de julio. No me planteé lo que para otras épocas del año me deparaba.

Pero ya soy muy capaz de apreciar y valorar lo que a diario observo. Aquí, en primavera, comienzan a florecer las malas yerbas que salpican de colores las lindes y cunetas; se comienzan a lucir las cigüeñas, con sus crotoreos, en lo alto de las ruinas de Castro Nuevo; comenzarán a estirar sus tallos los cereales para poderse mecer, con el inagotable viento que aquí sufrimos, en mansas olas envidiando a los lejanos mares, primero se verán verdes y silenciosas pero cuando se agosten al sol del verano comenzarán a susurrar confusos murmullos al son de sus roces. Quizás teman que lleguen, desde el Sur las cosechadoras, a convertirlas en regueros de paja seca mientras deshacen sus espigas en cada uno de sus granos, que se molerán en harina para hornear ricos panes y bizcochos o para alimentar al ganado que, por aquí, dispone de pocos prados.

La paja que allí quede será apresada en pacas, unas: rectángulos que un día alguien ordenará en un gran Tetris3D todas bien encajaditas, las otras: grandes ruedas desafiando la pendiente de algunos valles y suaves colinas.

Llegará el otoño y con las primeras lluvias, cuando el terreno ablande un poco, los imponentes tractores sembrarán las mejores semillas, las que se salvaron de la molienda… otro ciclo sin fin.

Me gusta este paisaje, cambiante. Necesito este horizonte, libre, abierto. Me inyecta energía. El hormigón urbano, definitivamente me la sisa. Me puede.

Mis senderos ahora son estos, a lo lejos lo único que se alza, allá hacia el Sur, es la Sierra de Gredos, si busco en otros puntos cardinales no hallo nada o lo encuentro todo: un cielo donde las nubes viven ordenadas desde las más grandes, en primer plano, hasta las más minúsculas allá lejanas, todas a al mismo nivel del suelo como apoyadas en un cristal que no les permitiese bajar más.

A veces me quejo de este clima continental tan extremo, pero no se estará tan mal por aquí, cuando aquí me quedo. Creo tener la fortuna de pasar cada día por desde donde, supongo, sacaron esa foto predeterminada que otros tantos sólo pueden disfrutar en la pantalla del escritorio de su ordenador.

lunes, 12 de abril de 2010

De la risa al llanto como de cero a cien en un cohete.

Tan sólo hace un par de horas me he sorprendido a mí misma, pasando de la risa al llanto en décimas de segundos. A veces me pasa.

Os lo voy a contar, a ver ¿Quién es capaz de comprenderme mejor? Sé quienes seréis: Vosotras, las mujeres, en especial las que habéis parido.

A veces, tengo por costumbre entretener a Julia hablándole de cuando estaba en mi tripa, del momento de su nacimiento, de cuando era bebé, se lo adorno de múltiples mentiras y ella se parte de risa, continuamente repite- “Sigue Mamá”-

Esta noche mientras se terminaba el postre de la cena (que para colmo era media naranja “en sello” como decimos nosotras) estábamos de de esta guisa:

Yo de pie interpretando la parodia:
-“Pues ya una tarde salimos pitando para el hospital, para saber que opinaban los médicos porque a mí me dolía mucho la barriga, y ellos dijeron que tú ya querías salir, así que se pusieron todos muy nerviosos, un médico a cada lado como los porteros de futbol, uno parecía Casillas y el otro el portero del Barça (que no me acuerdo como se llama)…¡Venga aprieta! ¡Cuidado no vaya a salir corriendo la mendruguina Julia por el pasillo! Que viene diciendo que quiere un bocadillo de jamón, la tía.”-

Y ella riendo con la boca bien llena de gajos de naranja (¡Qué miedo!): -“Más Mamá”-

Seguí: -“Pues Papá tenía una cara de susto…”-

-“¡Ah si, Mamá! Y ¿Por qué?”

Y el pobre Jordi, por seguir la broma… -“Mamá si que tenía cara de susto”

Me dejo caer en el taburete desplomada y balbuceo - “Eso sí que es verdad”

Y Jordi contesta todavía contento:-“¿Qué has dicho Alejandra?"

Y de repente brotan muchas lágrimas de mis ojos mientras intento repetir: -“Eso si que fue así”

Y Jordi se descoloca total, se acerca, se abraza a mis rodillas: -“¿Qué pasa Amor? ¿Qué he dicho? Si era broma…”

Y mi niña: -“Mamá ¿lloras?”-

Y de verdad que no he llorado porque sus palabras me hayan hecho daño, no. Simplemente me han hecho volar tiempo atrás y recordar, han sido la llave que él ha usado, sin saberlo, para reabrir la puerta que da a un abismo en el que yo me he dejado caer, un túnel que hemos terminado por recorrer muchas.

Y es que no ha podido decir verdad más grande: las caras de más susto en un parto hospitalario son las nuestras, las de las que parimos. Cuando precisamente deberían ser las más valerosas, las más fieras, las más orgullosas, las más felices, las más seguras, las más escuchadas y a la vez las más mimadas.

Todo esto, en ese mismo instante se lo he intentado explicar a Jordi pero seguro no lo ha entendido, creo que entre otras cosas ( además de por pensar que estoy, definitivamente, como una chota del campo) porque no ha sido capaz de sacudirse una culpabilidad que él ha considerado suya y por supuesto no lo es.

Mientras, en mi bucle, aparte de sentirme la más aguafiestas, seguía dando vueltas.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cuándo? No hace tanto lo normal era parir cada una en su casa, rodeada de caras familiares y amables que no dejaban de dar aliento. Pienso que las que ahora, en estos tiempos, lo consiguen quedan como iluminadas, resplandeciendo. Es el premio a su valentía, la que yo ya no tendré.

No quiero ni pensar, entonces, en los partos de la generación, tan cercana, de nuestras propias madres, que encima de estar en el hospital, alumbraban solas: solas antes, durante y después, con los bebés atendidos en el nido y los acompañantes mirándolos desde el cristal. ¡Y dale al biberón! Que estaba muy de moda lo de la liberación femenina y eran lo último y lo mejor aquellos polvos recién inventados que se querían parecer a la leche materna, sino incluso superarla.
¡Así estamos la Generación Peter Pan! A los treintaymuchos pidiendo a gritos que nos dejen ser los bebés que quizás nunca fuimos. ¿Por dónde andará nuestro Continuum? Anulado, estamos más perdidos que Carracuca.

Creo, ahora, con lo poquísimo que he ido aprendiendo (aún habiendo parido un par de veces) que me equivoqué, que me hicieron equivocar, que el cómo parir es tan importante como los nueve meses de embarazo, como la lactancia, como la crianza… y yo fui ciega, acojonada, pidiendo la anestesia que poco me anestesió y recibiendo la oxitocina a traición, sin preguntas ni explicación. Una pena.
Por eso he llorado esta noche, Jordi.
Por eso he llorado esta noche, Julia.
Luisa ni se enteró, el Coco a sus cocadas.
Cuando mejor nos lo estábamos pasando. Perdónad, chicos.

Y para mí este tema tiene carrete, porque me pone los pelos de punta pensar en los partos inducidos, cesáreas, instrumentos obstétricos, episiotomías salvajes... y demás atrocidades, sobre todo cuando hubieran resultado innecesarias...pero es tarde, debemos descansar, me voy a la cama, mañana seguimos charlando.

Pero sobre todo, esta vez no busquéis mi vena científica (que estoy muy a favor de la evolución médica y reconozco por ella muchas vidas salvadas), ni mi vena poética, me ha salido todo a destajo directamente del corazón. Todo un desahogo. Gracias simplemente por escuchar.