Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

lunes, 22 de marzo de 2010

Irene

Tengo siempre un recuerdo para Irene, cuando veo niñas vistiendo de rosa, con lazos; no olvido cuando su madre afirmaba (conociendo que reniego de alguna que otra cursilería) que desde luego ella sí que la colmaría de cintas y lindos vestidos.

Esther disfrutaba tanto de Irene, Esther siente intensas sus emociones, Esther a apostado por el amor en su estado más puro, Esther tiene una sonrisa abierta, limpia, sincera, la de la gente que está segura de sí misma, la de los que han colocado en su justo lugar la escala de los valores importantes, la de los que van por la vida sin entender como se puede dañar a los demás, ni siquiera criticar.

Esther es una valiente como pocas he conocido (con una increíble fortaleza bajo esa apariencia tan delicada)... La eché mucho de menos en mi último año de carrera (se licenció antes...y eso que siempre me dice que soy tan lista).
Demasiado poco la llamo, con lo mucho que me acuerdo y quizás nunca le he dicho lo que la quiero. Porque los que me conocéis sabéis que soy algo recia en el trato y, seguro, que nunca le he expresado lo que la admiro. Muchas veces mi vergüenza se come, voraz, lo que tendría que fluir espontáneo.

Cuando hablo con Esther siempre queda pendiente el haberle preguntado por Irene, por su recuerdo.

Siempre me reservo el nombrarla por ese inexplicable miedo que tenemos a hacer mal, a reabrir heridas. ¡Qué absurdo!
Y me pregunto dónde están esos elementos que debieron haber formado parte de Irene, que tendrían que haberla hecho crecer y madurar, que tendrían que haber hecho que la siguiésemos viendo entre nosotros.
Yo misma me respondo, porque también soy madre.
Sé por donde deambulan esos átomos. Esas moléculas están rondando a quien la portó en sus entrañas y en sus brazos aquellos meses; entran y salen, cuando respira, de sus pulmones, viajan a cada rincón de su cuerpo impulsadas por su corazón y quedan enredadas en su amor, retenidas siempre en su pensamiento.
Conocí a ese ángel, nació del vientre de esta madre y demasiado pronto marchó, emprendiendo ese viaje hacia donde seguro siempre nos estará esperando.

Recuerdo con detalle la última vez que la vi (han pasado más de cuatro años), era un bebé, tenía 7 meses, la hacían dormir en una Unidad de Cuidados Intensivos y habían comunicado que, despierta, ya nunca más la volveríamos a ver. Pero... quién se podía convencer.
Su madre, con confianza, la destapó. Sólo tenía puesto un pañal -“¿A que está preciosa?”- me preguntó.
Y era verdad, dormida, no cabía duda de que era aquel ángel, vino a visitarnos para no quedarse y no lo pude comprender, me consumía, indomable, la rabia.
Su padre acariciaba su mano, tan diminuta, seguro imaginando que ella pudiera apretar sus dedos, abriera los ojos y le volviera a dedicar una sonrisa.

Irene no se tendría que haber ido entonces. Pero esa misma noche se fue, yo misma me despedí con un beso en su frente, con la esperanza abolida. Yo misma de regreso a casa, cuando Jorge conducía, le pedí a Alfonso que la acogiera en el cruce de sus caminos y que siempre cuidara de ella. Que era muy pequeña. Y así seguro ha sido.

Muchos más recuerdos se agolpan en mi cabeza y no quiero moverlos de allí:

La recuerdo en nuestra casa, con Julia, cuando con su madre (quedándose Borja a trabajar en Coruña) bajaba a Madrid y como le pillábamos de paso… cuando yo digo que es valiente no me faltan motivos.

Recuerdo a Irene con cinco meses, era la más pequeña de nuestros hijos allí reunidos. La Peque. Tan de rosa, que bonita.

Recuerdo el sufrimiento de Esther ante lo imposible de continuar su lactancia. Ella lo hubiera hecho muy bien.

Recuerdo a Irene en la barriga de su Mamá mientras su Papá les hacía fotos –“¡Jo, Esther! Cierra los ojos y cuando cuente tres los abres.. ¡Qué siempre sales parpadeando!”-

He pensado el si pedirles permiso para publicar este recuerdo dedicado a su hija. Porque todos queremos proteger siempre a nuestros pequeños de las indiscretas miradas ajenas. Pero no, finalmente no se lo he pedido, es algo importante para mí compartir este mundo interior donde habitáis conmigo los vivos y de donde nunca dejo marchar a mis muertos. Porque son los que me aportan la espiritualidad que necesito, ante la imposibilidad que tengo, por ahora, de creer en un Dios.

Y también, sin pedirles permiso, sé que son muchos los que hoy firman conmigo. Porque yo sé quienes somos algunos de los que nunca olvidaremos a Irene.

jueves, 11 de marzo de 2010

Alejandrada salamandrada

Hace un par de fines de semana hemos vuelto a Cilleros, hacía tanto que no íbamos por aquellas tierras, a esa disfrutable finca de unos amigos de mis padres... la última vez que allí viajamos venía la añorada Nube (le daba un mareo...).

Las edificaciones que había están algo modificadas, pero perfectamente reconocibles. De casi todo me acordaba; y tal cual, está la alberca, donde hace tantos años, con mi amiga (y colega) Cristina, descubrimos, al otro lado, donde no llegábamos, tomando el sol, tan apacible, una hermosa ranita. Pero pensamos que aquel batracio, en movimiento, nos haría más gracia. Así que Cristina cogió una pequeña piedra y con la inocente idea de asustarla para que saltara al agua, se la lanzó, con tan desgraciada puntería (que si es con intención no acierta) que le atizó en todo el coco. La rana, como por un calambrazo se despatarró todo lo larga y ancha que era y quedó panza arriba mostrando su blancuzco reverso, permaneció en la misma orilla en la que estaba, quiero decir, que no podíamos acceder a ella ni a intentar reanimarla. La cara de Cristina quedó desencajada… nosotras, que ni en la edad más gamberra fuimos capaces de dañar ni a una hormiga, que estábamos estudiando por lo que amamos a los animales. Lo cierto es que a este anfibio no le vimos solución ¡Jopeeee…Buen comienzo para nuestro paseo campestre! Pero poco a poco, el solcito fue calentando su blanca barriguilla y fue reviviendo ¡Menos mal! Estos seres tan simples tienen esta suerte: cierta capacidad de regenerar ciertos desarreglos que otros seres más complejos tenemos más difícil. Salió del shock… y pudimos seguir el camino más contentos. ¡Ay… Cristina! ¡Qué también recuerdo cristinadas! :D

En otra ocasión, de aquel lugar en Cáceres, de un día lluvioso, Teresa me trajo hasta Torrelodones, metida en un frasco, tapada con algo de musgo y tierra mojada, una salamandra; la primera, la única, la última que he podido tener en mis manos. Era negra con unos círculos rojos de interior amarillo (o viceversa) y así, húmeda, lucía su piel muy brillante, pero no tanto como sus ojos, saltones, perfectamente pulidos en negrísimo azabache. Me pareció curiosa, preciosa, misteriosa, sorprendente …cuando me atreví, finalmente, a observarla fuera del cristal y limpia del barro… porque… claro, yo no sabía nada del carácter de aquel silvestre animal, entonces...temiéndome que saltaría como un muelle, que se pondría a trepar, vigorosa, como un gekko, por las paredes y propinaría temibles mordiscos como una tortuga caimán... cerré la puerta de baño, volqué lentamente el tarro con aquel bicho dentro… esperando lo peor… fue cuando… ella salió parsimoniosa (más bien como un camaleón) , midiendo prudente cada uno de sus delicados movimientos, mirándome muy extrañada pero sin asustarse ni lo más mínimo… aun así, yo todavía no me fiaba… había oído de sus poderosas glándulas venenosas a ambos lados de su cabeza y ni se me ocurría tocarla , intenté, sin éxito, que comiera…

Al día siguiente la metí, con su correspondiente decorado verde, en un tupper y bajé a la Facul, al Departamento de Biología fui a parar y allí uno de los profesores la sacó y la manoseó tan campante... el horrible veneno resulta que es viscoso (que se hubiera visto , vaya) y sólo lo emiten ante cabreos monumentales (que, afortunadamente, no llegó a ser el caso).

Me dijeron, por otro lado, en la consulta de “Exóticos”, que la debía devolver a de donde vino, que adulta ya no se adaptaría a la cautividad, que eran animales protegidos, que en cada zona había distintas subespecies que no se debían mezclar…uff.

Pero no teníamos ni carné de conducir (precisamente estaba en ello) y mi responsabilidad no se había terminado de desarrollar por aquel entonces, así que nos fuimos, en la moto de Jordi, con nuestra Salamandra en su caja, a liberarla a una presa cercana. Pensamos que era lo mejor que podíamos hacer.
La pobre, en cuanto vio su camino entre los juncos no tuvo dudas, comenzó su lento pero inconcuso andar, tenía muy claro hacia donde iba, aún tan lejos de su hogar, aquello, parecía que le resultara familiar. Pero no pude evitar retenerla un par de veces, en mis manos, como si fuera un tesoro, lágrimas en mis ojos…

-“¿Estará segura? ¿Se adaptará? ¿Comerá? ¿Habrá más como ella?”- Que angustia.

Y Jordi me tranquilizaba –“Pues claro, déjala marchar. Estará mejor aquí”-

Y yo –“Yo te cuidaría, Salamandra”-

-“¡Vamos no seas pesada! Llegarás tarde al auto-escuela”-

-“Sí, vamos… Chao Salamandra”-

Me costó un llorar y aguantar algunas risas de Manolo (-"Ay... esta Lenteja"- me diría) cuando se lo conté, pero a él también le hubiera resultado un trance difícil, lo sé.

El caso es que aquel ser pasó por mi vida como un fogonazo, sin avisar, fugaz (no me dio tiempo ni a ponerle un nombre para recordar, ni nos preocupamos de la foto) dejando impactada esa imagen, deslumbrante, que queda palpitando en la retina y a cada pulso, cambia de color en la oscuridad de cuando cierro los ojos.

Nunca jamás he vuelto a tener otra (ni quiero, ni puedo), pero la salamandra es, desde entonces, mi animal, mi talismán. La silueta que me tatuaría, si por ahí me diera algún día y cuando me preguntarán el por qué del motivo, lo relatado sería su historia.

Para mí, además, todo esto tiene moraleja: Respetemos la naturaleza, dejemos en paz a los seres protegidos (y a los no protegidos también), no les cambiemos de lugar, disfrutemos de ellos en su entorno y pasemos ese testigo a nuestros hijos para que ellos también aprendan a observar, respetando, con la mínima interferencia. Puede que, sin querer darnos cuenta, nos vaya su futuro en ello.

P.D. Las tortugas han compartido más largo tiempo en mi vida, pero esto ya os lo cuento otro día.

martes, 2 de marzo de 2010

Insisto: ¡Qué afortunadas las mamás recientes!

¡Caray, cómo avanzamos, cómo se esfuma el tiempo que ya no volverá!

La Enana está resultando ser alarmantemente independiente, aún en contra de mis intentos por conservarla todavía bajo mi cobijo, a mi vera, a mi calor, a mi teta.

Ya desde los siete meses gateaba que ¡Échale un galgo!, con once meses se puso a caminar, casi con el garbo de una modelo por la pasarela ¡Hala! (hasta se pasó por alto los días esos, de ir deslomando a cualquiera que la cogiera de su manita) y ahora recién cumplidos los catorce (tras el calvario de su adaptación) casi se quiere quedar a vivir el la guardería, ya se echa allí la siesta tan campante, en la hamaca, tan solita; desde la semana pasada, ya me comentaron allí que después de comer, la pobre, se quería quedar dormida y que pasaba el único mal rato del día "esperándome" y a todo esto yo volando, para llegar a tiempo y dormirla al pecho...esto de empezar a ser prescindible me toca un poco las narices. Melancolía.

Y por si me quedaba resquicio de esperanza...no queriendo yo asumir su despegue maternal, desde hace unos días (seguimos acostándonos las dos a la vez para que ella se duerma, aunque me "relevante" para cenar, poner lavadoras, preparar mochilas... y esas cosas) ya la mitad de las noches parece "explicarme":

- "Si, si, un poco de teta puede ser... pero luego, Mamá, te voy a dar la espalda y me duermo solita... y no me vayas a molestar más con eso de qué si quiero más teta, que al final me lo tomo a guasa y como te descuides, encima, voy y te muerdo ¡Qué menudos cuatro paletos luzco ya! Y ahora estoy aquí tan a gustito... pero...esa teta que veo allí, más arriba... ¿a ver si llego? Pues sí,y además apoyo aquí en tu costillar mi oreja y oigo mucho mejor tu corazón, me gusta tu canción Mamá. ¡Ah, Mamá! ¿Pero has visto como me sé bajar de la cama... mira, mira ¡Qué te lo voy a enseñar! ¿Ves? Voy así, como una lagartija, pero marcha atrás, hasta que apoyo los pies en el suelo...¡Listo!"-

-"Luiiiisa..."- Hoy le ha tocado hasta llorar, por no desistir en el empeño de mantenerla en "su sitio", por no dejarla marchar. Y a mí me tocó "ñasca".

-"No llores mi amor, si no muerdes más a Mamá, me dejo otro rato a tu lado"-

Paso mi brazo bajo su cabeza; nos achuchamos; toma, apacible, la teta.

-"Ahora si que no puedo más...Se me cierran los ojitos...Buenas noches Mamá"-

-"Pero...¡Qué bonita eres! ¡No te puedo dejar de mirar!"-

Y muchas noches me duermo... con las lentillas puestas, sin arroparnos (bueno, es que arroparla es misión imposible, que os voy a contar que no sepáis).

Y temo que como me despiste un poco, cuando me deje frita, se baja de la cama y con algo de suerte pone la lavadora y se prepara la mochila para que al día siguiente no le falte nada en el "cole". Como diría Ana: ¡Menudo es el Coco!