Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

jueves, 11 de marzo de 2010

Alejandrada salamandrada

Hace un par de fines de semana hemos vuelto a Cilleros, hacía tanto que no íbamos por aquellas tierras, a esa disfrutable finca de unos amigos de mis padres... la última vez que allí viajamos venía la añorada Nube (le daba un mareo...).

Las edificaciones que había están algo modificadas, pero perfectamente reconocibles. De casi todo me acordaba; y tal cual, está la alberca, donde hace tantos años, con mi amiga (y colega) Cristina, descubrimos, al otro lado, donde no llegábamos, tomando el sol, tan apacible, una hermosa ranita. Pero pensamos que aquel batracio, en movimiento, nos haría más gracia. Así que Cristina cogió una pequeña piedra y con la inocente idea de asustarla para que saltara al agua, se la lanzó, con tan desgraciada puntería (que si es con intención no acierta) que le atizó en todo el coco. La rana, como por un calambrazo se despatarró todo lo larga y ancha que era y quedó panza arriba mostrando su blancuzco reverso, permaneció en la misma orilla en la que estaba, quiero decir, que no podíamos acceder a ella ni a intentar reanimarla. La cara de Cristina quedó desencajada… nosotras, que ni en la edad más gamberra fuimos capaces de dañar ni a una hormiga, que estábamos estudiando por lo que amamos a los animales. Lo cierto es que a este anfibio no le vimos solución ¡Jopeeee…Buen comienzo para nuestro paseo campestre! Pero poco a poco, el solcito fue calentando su blanca barriguilla y fue reviviendo ¡Menos mal! Estos seres tan simples tienen esta suerte: cierta capacidad de regenerar ciertos desarreglos que otros seres más complejos tenemos más difícil. Salió del shock… y pudimos seguir el camino más contentos. ¡Ay… Cristina! ¡Qué también recuerdo cristinadas! :D

En otra ocasión, de aquel lugar en Cáceres, de un día lluvioso, Teresa me trajo hasta Torrelodones, metida en un frasco, tapada con algo de musgo y tierra mojada, una salamandra; la primera, la única, la última que he podido tener en mis manos. Era negra con unos círculos rojos de interior amarillo (o viceversa) y así, húmeda, lucía su piel muy brillante, pero no tanto como sus ojos, saltones, perfectamente pulidos en negrísimo azabache. Me pareció curiosa, preciosa, misteriosa, sorprendente …cuando me atreví, finalmente, a observarla fuera del cristal y limpia del barro… porque… claro, yo no sabía nada del carácter de aquel silvestre animal, entonces...temiéndome que saltaría como un muelle, que se pondría a trepar, vigorosa, como un gekko, por las paredes y propinaría temibles mordiscos como una tortuga caimán... cerré la puerta de baño, volqué lentamente el tarro con aquel bicho dentro… esperando lo peor… fue cuando… ella salió parsimoniosa (más bien como un camaleón) , midiendo prudente cada uno de sus delicados movimientos, mirándome muy extrañada pero sin asustarse ni lo más mínimo… aun así, yo todavía no me fiaba… había oído de sus poderosas glándulas venenosas a ambos lados de su cabeza y ni se me ocurría tocarla , intenté, sin éxito, que comiera…

Al día siguiente la metí, con su correspondiente decorado verde, en un tupper y bajé a la Facul, al Departamento de Biología fui a parar y allí uno de los profesores la sacó y la manoseó tan campante... el horrible veneno resulta que es viscoso (que se hubiera visto , vaya) y sólo lo emiten ante cabreos monumentales (que, afortunadamente, no llegó a ser el caso).

Me dijeron, por otro lado, en la consulta de “Exóticos”, que la debía devolver a de donde vino, que adulta ya no se adaptaría a la cautividad, que eran animales protegidos, que en cada zona había distintas subespecies que no se debían mezclar…uff.

Pero no teníamos ni carné de conducir (precisamente estaba en ello) y mi responsabilidad no se había terminado de desarrollar por aquel entonces, así que nos fuimos, en la moto de Jordi, con nuestra Salamandra en su caja, a liberarla a una presa cercana. Pensamos que era lo mejor que podíamos hacer.
La pobre, en cuanto vio su camino entre los juncos no tuvo dudas, comenzó su lento pero inconcuso andar, tenía muy claro hacia donde iba, aún tan lejos de su hogar, aquello, parecía que le resultara familiar. Pero no pude evitar retenerla un par de veces, en mis manos, como si fuera un tesoro, lágrimas en mis ojos…

-“¿Estará segura? ¿Se adaptará? ¿Comerá? ¿Habrá más como ella?”- Que angustia.

Y Jordi me tranquilizaba –“Pues claro, déjala marchar. Estará mejor aquí”-

Y yo –“Yo te cuidaría, Salamandra”-

-“¡Vamos no seas pesada! Llegarás tarde al auto-escuela”-

-“Sí, vamos… Chao Salamandra”-

Me costó un llorar y aguantar algunas risas de Manolo (-"Ay... esta Lenteja"- me diría) cuando se lo conté, pero a él también le hubiera resultado un trance difícil, lo sé.

El caso es que aquel ser pasó por mi vida como un fogonazo, sin avisar, fugaz (no me dio tiempo ni a ponerle un nombre para recordar, ni nos preocupamos de la foto) dejando impactada esa imagen, deslumbrante, que queda palpitando en la retina y a cada pulso, cambia de color en la oscuridad de cuando cierro los ojos.

Nunca jamás he vuelto a tener otra (ni quiero, ni puedo), pero la salamandra es, desde entonces, mi animal, mi talismán. La silueta que me tatuaría, si por ahí me diera algún día y cuando me preguntarán el por qué del motivo, lo relatado sería su historia.

Para mí, además, todo esto tiene moraleja: Respetemos la naturaleza, dejemos en paz a los seres protegidos (y a los no protegidos también), no les cambiemos de lugar, disfrutemos de ellos en su entorno y pasemos ese testigo a nuestros hijos para que ellos también aprendan a observar, respetando, con la mínima interferencia. Puede que, sin querer darnos cuenta, nos vaya su futuro en ello.

P.D. Las tortugas han compartido más largo tiempo en mi vida, pero esto ya os lo cuento otro día.

6 comentarios:

  1. Buenos días, Alejandra.
    No me resisto a contarte mi experiencia, un poco más traumática que la tuya con una salamandra... Yo tuve la suerte de crecer en un pueblito de Zamora, en contacto constante con todo tipo de bichos domésticos y salvajes, con lo cual, sí que había visto salamandras de pequeña, pero siempre a una distancia prudencial, como tú dices, eso del veneno impone lo suyo...
    Fue hace dos veranos, emarazadisima yo de Julia, cuando Elisa y yo nos fuimos a pasar una semana del caluroso y seco mes de agosto al pueblo, dejando a Oscar de Rodríguez. Una madrugada, a la vuelta de uno de mis numerosos viajes al baño, ví en la pared de la habitación, justo encima del cabecero de la cama la silueta inconfundible de una salamandra, negra y amarilla, preciosa y brillante. En mi caso, aunque no pude por menos que admirarla un poco, la imaginación ganó la partida, la veía cayendo sobre mi en la cama, atacándome con su veneno... dudé si pedir auxilio, pero no quería despertar a Elisa y a su prima Andrea que dormían en la habitación de al lado, además no me convencía el destino de la salamandra si era mi padre el que acudía en mi ayuda..., total que cogí una caja de esas forradas con papel de regalo que tenía por allí y me acerqué sigilosamente con un tubito de papel en una mano y la caja en la otra, imaginaba que los movimientos de la salamandra serían iguales a los de una lagartija y que huiría por todas las paredes. Me llevé una sorpresa al ver como, al empujarla un poco con el tubito de papel, la pobre entró lentamente en la caja, con esa parsimonía que tu describes. Cerré la caja, la saqué al balcón de donde supuse que habría salido, la abrí (cerré las puertas del balcón, para evitar futuras incursiones) y me volví a dormir sintiendome Indiana Jones, por lo menos... A la mañana siguiente, pensé si no habría sido un sueño mi aventura nocturna, pero allí estaba la caja vacía en el balcón. Espero que el bicho tuviese una larga y feliz vida, porque devolverla al aire libre para mi fue casi más traumático que haberle donado un riñón...

    ResponderEliminar
  2. ¿Traumático? Pues siento decirte que yo no he podido más que reirme... soy perfectamente capaz de imaginarte tal cual.
    ¿Qué suerte la tuya de haberte criado en tal lugar? Creo que eso disfrutar del "pueblo" es una necesidad básica que en mi infancia quedó sin cubrir... menos mal que mis padres siempre me dejaron tener los típicos bichejos en casa: el pollito, el pato, los gusanos de seda, el conejo , los perros, los gatos, un gallo y una gallina, las tortugas de tierra, las de agua, el pececito rojo, el jilguero, el erizo... más todo lo que me encontraba abandonado en calle y campo.
    Pero las salamandras son especiales ¿verdad? Son seres mágicos, son salvajes pero parecen nacer mansos, estar domesticados. Yo flipé.
    Seguro que aquella salamandra que salvaste con tanto "valor" tampoco se habrá olvidado de aquello.

    ResponderEliminar
  3. Aprovecho para escribir la moraleja: Si algún día os encontrais una salamandra o un tritón u otro anfibio tan maravilloso, no lo cojais, sólo admirarlo y llenad las retinas con su suave desplazamiento. Si os lo llevais para luego soltarlo en otro sitio, os informo que cualquier lagunilla, riachuelo, poza o similar que esté cercano a cualquier urbe, está absolutamente plagada de tortugas de esas que la gente compra cuando son pequeñitas y monísimas, y que luego , la que no se muere por comer esa porqueria de caparazones de microgambas secas de una avitaminosis, pues la sueltan en la primera charca que encuentran y allí crece devorando todo animal autóctono que pilla por el camino, incluído a sus congéneres europeos. No es coña, es algo parecido a lo que está ocurriendo con el mejillón tigre, los siluros en nuestros ríos o el cangrejo americano que ya dió buena cuenta de la especie Española...o como cuando Franco soltó lucios por toda España.
    Pobre futuro tiene una salamandra fuera de su casa.
    Las cosas están bien donde están y eso se debería enseñar en los colegios.

    ResponderEliminar
  4. JAJAJAJA... todavia me acuerdo de Manolo-Jesulin burlandose de ti cuando soltaste a la salamandra.... que tiempos aquellos!!... como los echo de menos...

    ResponderEliminar
  5. A este "Mamuel" le hace falta poco para reírse y hacernos reír... en aquellos tiempos y en el poco tiempo que ahora le vemos... Manolo, ¿Dónde te metes? te echamos mucho de menos. Mil besos.

    ResponderEliminar
  6. Como diría aquel "`mu´ bien `Pápa´"... hay que echar un cable a lo ecológico de vez en cuando, si no siempre ¿verdad?

    ResponderEliminar

Me interesa tu opinión. Por faaaaaa... Deja tu comentario: