Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

domingo, 2 de febrero de 2020

¿SE PODRÍA ARREGLAR?








Me considero empática. Pues sí. Observadora, también. Incluso, a veces, recapacito y creo topar con alguna solución. 

El camino más certero y duradero para iniciar cualquier tipo de cambio, esperemos que a mejor, siempre será la educación.

Principalmente, deberíamos enseñar respeto. 
Aprender a romper los dichosos tópicos. Aprender a disfrutar admirando lo diferente.

Aunque, lo más peliagudo es que, cada vez estamos más lejos de admirar incluso lo más cercano y parecido. 
Cada vez más lejos de comprendernos  a nosotros mismos como seres sociales, empáticos, meditadores  y omnívoros.
Se detecta en muchos de nosotros una profunda incapacidad de estar con uno mismo. ¡Con lo que mola! Nos tenemos miedo. 

Saber  disfrutar de nuestra propia compañía es saber también estar con los demás y conectaremos con los detalles que se nos escapan en lo natural. En lo más sencillo.  

La soledad deseada, el silencio,  no es más que un rato de meditación que llega a sanar muchas heridas. Búscate sin miedo. 
Como el que decide quedarse.

Respeto. Porque el que ahora se queda es porque quiere. Se dice hasta en los anuncios de la televisión al son de los admirables Mayalde

El que se queda es cultura y hay que apreciarlo como tal. Dejemos de admirar al que gana tanto para gastarlo en otro tanto, sin dejar ningún legado ilustrativo. 
Admiremos al que sabe vivir con lo que necesitamos de verdad. Del que podemos heredar sabiduría ancestral.

Así que, punto primero: respeto y educación.

Sacudámonos de un plumazo (todos: los de allí y los de acá) esa creencia, en forma de lacra,  de que estar en lo rural es dejarse embrutecer.

Lejos de la gran ciudad he conocido y mantengo como amigos a personas cultas, cultas de verdad. Algunos han cursado estudios superiores y otros no han tenido o no han querido esa oportunidad.  Lo que no les ha quitado sus ganas de saber, de saber cada día más. Desde casi niños han tenido que aprender y... currar. Me han enseñado tanto, tanto... tanto o más que catedráticos en la facultad.


Punto segundo: creatividad y cooperativismo. También en  la escuela, enseñemos los oficios en los que se manejan manos y cabeza. Pero de verdad.

Del campo se puede vivir. Hay empresas que crear aquí. Que aportarán al resto de la humanidad  productos de primerísima necesidad. Un gran honor.

¿Os suena el Sector Primario? Eso sí lo hemos estudiado todos, ¿verdad?

Es el sector que nos amamanta a los demás.

El que produce artículos perecederos que no se pueden almacenar. 
El que, la mayoría de las veces, solamente tiene opción de vender a oligopolios y a los precios que éstos decidan comprar, sin tener en cuenta su coste inicial. 
El primer eslabón. 
El único que no puede decidir con qué margen quiere funcionar.  
El sector que no puede especular ni, difícilmente, puede negociar. 
Porque está casi al cien por cien atomizado y al que ningún sindicato ha podido unificar con efectividad.
Y aún así, de él, se puede vivir. 
Como nos lo vienen demostrando agricultores y ganaderos desde no sabemos cuándo.

Pero, sin un nuevo enfoque, esto se nos va. 
Sin relevo generacional.

A no ser que aprendamos algo que, de tan lógico, ni nos lo enseñan en la escuela.

Deberían enseñar que nos tenemos que asociar. El que tenga una idea, una tierra que labrar,  unos animales que granjear...  debe dimensionar. Unificarse al menos de dos en dos.  Buscar al menos un socio, un familiar, un amigo o un empleado de plena confianza con quien compartir los beneficios, los trabajos, los días de baja, los descansos semanales, las vacaciones, las preocupaciones y las alegrías.

Aceptemos  granjas algo más grandes de lo que estamos acostumbrados a leer en los cuentos de hadas de la ciudad, para que esto pueda funcionar.

Granjas que puedan mantener el bienestar animal y medioambiental a la par que el bienestar humano y profesional. Que pudieran cumplir con las normas que se les deben exigir. Porque son solventes. Porque tienen un margen comercial para invertir en bienestar.  Para ello, el primer paso es pagar por sus productos lo que valen de verdad.

En la escuela debemos aprender también que cuando se vaya al mercado no vale con comprar lo más barato, para luego malgastar lo ahorrado en lo superficial. Paguemos por los mejores productos  que nuestra condición económica se pueda permitir. Comprometidos con la calidad, calidad también social.

Consumamos, en lo posible, productos de cercanía para que se beneficie más el productor que el intermediario. Y se beneficie también nuestra propia salud.

Esta cercanía se podría retomar, además de en el supermercado, en los comedores de los mayores (en sus residencias) y en los comedores de los pequeños (en sus colegios). Una cocina diaria y de proximidad. Generando empleo cocinero en núcleos de población pequeños y, ahorrándonos que nuestros niños coman comida precocinada en no se sabe dónde ni cuándo (que solo llega, y  fría, un par de veces por semana) y luego recalentada, quedando unos fideos viscosos hundidos en un insípido caldo que más parece el agua de fregar.

Enseñemos a los niños a comer bien. 
Enseñémosles que la ganadería no es la perversidad. 
Ni siquiera (nunca creí  que yo, casi extrema amante de los animales, llegaría a pensar así)  la caza, bien gestionada, lo es. 
Los que serán ganaderos y cazadores también van al colegio, donde toda educación en el respeto debe comenzar. Y reciben cursos, módulos y ciclos de formación. Aprenden rápido a adaptarse a nuevos retos. Volvamos a confiar.

Y último punto por hoy: aceptemos la llegada de personas que nos quieren ayudar. Que, a su vez, buscan por necesidad un nuevo hogar.

Preguntémosles que si quieren compartir nuestro plan. ¡Organicémoslo de una puñetera una vez!
¿Alguien puede pensar que no querrán estar mejor aquí, entre nosotros, que muriendo en el mar o hacinadas en infinitos campos de casas de cartón, pisando barro y sufriendo un frío atroz?

Pues los bares, las panaderías, las tiendas de ultramarinos, el pastoreo, las piscinas de verano, las escuelas, los centros de salud, los comedores antes mencionados... de nuestros pueblos se mueren.
Estoy segura de que casi cualquier persona, de las que intenta ser refugiado en nuestro país, estaría encantada sonriendo a los que vienen a jugar la partida a su bar, calentándose al horno del pan nuestro de cada día, haciendo la ruta de reparto de distintos alimentos, paseando a las ovejas con sus perros, vendiendo helados a los que se bañan en verano, atendiendo a los niños de estos pueblos, a nuestros enfermos, cocinando para quien lo necesita... Viviendo aquí.

Muchas cosas se pueden hacer en los pueblos muy pequeños. Muchos mayores pagarían con euros, abrazos y besos ratos de compañía, el que les leyeran un poquito, porque les ayudasen con la compra, porque les acompañasen a su consulta médica, porque les ayudasen a cuidar de sus gallinas o a arreglar el huerto.

Tenemos paisajes para vender, mucho cielo y mucha paz. Las casas rurales cada vez son más son más difíciles de pillar.

Y, si le seguimos dando vueltas, entre todos, más conclusiones sacaremos.

Más ganas nos entrarán de repoblar. Pero ya no  intento convencer más.  No sea que... ¡Hala,   todos a la vez para acá! No, no, no. Tampoco habrá tanto lugar.

Tranquilos, que en la gran ciudad tampoco se está tan mal.


2 comentarios:

  1. Me gustan mucho las ideas y el enfoque. Hay que seguir enumerando puntos, tu sabes que en la cabeza tienes más de tres.

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