Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

jueves, 2 de febrero de 2012

Julia Urosa y Leoncio Niebla. Una parte de mi historia.

Hubiera querido escribir esta resumidísima porción de mi historia familiar antes.
Pero, a veces, me paso de meticulosa.
Quisiera haber tenido más información, haber vuelto a hablar con quienes les conocieron, ordenar todos los datos y mis ideas…
Me lanzaré así, con lo que recuerde. Y si me equivoco en lo que sea, sin duda, me dejaría corregir.
 Es sólo el tronco de un árbol que, como supondréis, tiene mucho más enrevesadas sus ramas, pero si éstas no son podadas os perderíais en  un denso follaje.

Mi abuela Julia se casó, tardía, en primeras nupcias con mi abuelo Leoncio.
Con 39 años ella… ¡En aquellos tiempos! Aún así engendró tres hijos y vio crecer a siete nietos.

Sí, estuvo antes enamorada (cuando rondarían los 19) de Martín, un estudiante de Madrid que veraneaba en Collado Villalba. Se veían en el estío y se carteaban en invierno. Él le corregía las faltas ortográficas de los escritos. Ya que ella, aunque de buena ralea, carecía de estudios. (A mis manos llegó uno de sus regalos: un diccionario miniatura con cubiertas de cuero, que me empeñé en llevar al colegio en 5º de E.G.B. para que me lo birlara mi buena compañera Araceli. ¡Las madres siempre tienen razón: Lo debí de haber dejado en casa!)

Martín falleció joven, víctima de un mal disparo un día de caza.
Mi abuela, que tendría unos 80 años cuando se fracturó un brazo y tuvo que pasar unas noches en casa, durmiendo en una cama a mi vera, me hablaba de él y brillaban sus ojos, tintineando  en sus orillas las lágrimas.Yo misma también le visito cada vez que piso aquel serrano cementerio.

No quiso saber de otro hombre, aunque no faltaron pretendientes (casi todos de alto abolengo), hasta que apareció el tunante de mi abuelo: Alto, guapo, exótico, engatusador. Era cinco años más joven que ella, provenía de Arure en la isla de la Gomera, pero no sé qué contaría él al respecto en aquellos años de postguerra y dictadura, porque su historia es realmente histórica. De las rojas.

Fue uno de los fugados, junto a su hermano Luis,  del sahariano campo de Villa Cisneros en el  vapor Viera y Clavijo. Pedro Medina Sanabria tiene varias entradas al respecto en su blog “Memoria e historia canaria”.

Mi bisabuela Leonor no consentía tal boda. Pero mi abuela, persistente como buena Urosa, dio el sí quiero aún bien avisada de las consecuencias. Su vida cambió radical, todos sus privilegios de elegante señorita quedaron abolidos, la recién casada pareja tuvo que subsistir con una humilde tienda de ultramarinos en la Estación y a Julia le tocó trabajar como en su vida, dándose cuenta (esto me lo imagino por lo que conocí  a mi abuelo) de que su marido era incorregible, que en el bar se divertía más que en casa y que el agua más le gustaba para lavarse que para hidratarse las tripas.

Siendo aún una niña yo le preguntaba: -"Abuelo, ¿No quieres agua?"-
-"¡Déjame de agua! Hace once años que no la pruebo"- Contestaba.
Y podría ser verdad, nunca le vi beberla. Era más de vino y calimocho. Pero tampoco de estar borracho.

A lo que sí accedió la familia de mi abuela fue a aliviarle la carga de manutención y cría del  primero de sus retoños: Mi madre. Se crió entonces en casa de buena casta, custodiada por su estricta abuela Leonor y rodeada de sus tíos solteros que no dudaban en mimarla y agasajarla.
Aún con todo, mi madre y mi abuela siempre tuvieron ese vínculo especial que, incluso hoy en día, creo que las mantiene conectadas.

Mi abuela murió con 86 años porque sus riñones eran ya dos piedras verdaderas. Estaba sorda, sus manos temblaban al son que marcaba su parkinson y era un sol que te regalaba su calor y su sonrisa con tan solo mirarla. Los médicos dijeron que se apagaba y apenas transcurrió una semana. Rodeada día y noche de sus seres queridos, todos revoloteábamos por allí a modo de despedida. Marchó suave y discreta como su vida entera.

Mi abuelo acabaría sus días  unos años más tarde, ingresado en el hospital de El Escorial, no fui a visitarle porque, de mis labios, no tenía nada dulce que escuchar.

Y eso que yo, quererle,  le he querido. Mucho.

Tanto como se quiere a un abuelo al que mientras llamábamos al timbre mi madre aprovechaba para  recordarme:
-"Al abuelo también hay que darle besos"- El siempre gruñía y... me asustaba.

Pero con doce años (Al fallecer el Tío Pinki que era a quien siempre me sentí más cercana) fui capaz de redescubrir a mi abuelo  y nos hicimos grandes amigos, amigos de verdad o... eso creí yo.
Compartí con él  buenos momentos, muchas sonrisas cómplices y grandes historias como la de su fuga africana y la de la pedrada que fue causa de la carencia de uno de sus dedos.

Sí, grandes amigos…hasta que faltó la abuela Julia .
Creo (después de darle tantas vueltas) que por su propio miedo a verse solo, por querer tenernos  a cada uno de nosotros cerca, exclusivamente pendientes de él… terminó por enredar a sus hijos, nietos, yernos…en una mala espiral. Mi abuelo era un bichito.

No soy capaz de no quererle.

Aunque tampoco ensalzaré, ni siquiera a quien ha muerto, si no encuentro buenos motivos.
Aún hoy me entristece tener la duda de si realmente él me ha querido.
Ahora tengo más datos, me doy cuenta de que nunca dejó de ser un  superviviente.
Demasiado que mantuvo ese, aunque algo turbio, sentido del humor.

¡Abuelo; Espero que donde estéis te estés ocupando bien de la abuela, como siempre se hubiera ella merecido,  porque sino esta vez si que no te libras del cocotón!

3 comentarios:

  1. Una historia preciosa que me ha echo recordar una cosa en común de la que ya hablaremos, por que a mí me sigue costando... un beso

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  2. No podemos olvidar nuestros orígenes. Y aún olvidándolos, están en nuestros genes y en el campo energético de la familia. No podemos cambiar lo que hubo, ni promover lo que no fué. Debemos aceptar todo, honrarlo, y una vez hecho paz con el pasado. Mirar hacia la vida, el futuro. Cuando es así podemos sentir en nuestra espalda la fuerza de nuestros antepasados que nos guian la mirada hacia el frente....

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  3. Alejandra,tu abuelo era todo un personaje,aún le recuerdo una frase suya cuando tuvimos el placer de compartir una comida con tus abuelos...me decias tú:"la carne está muy buena...es argentina..."y él entró en la conversación diciendo:"a mí me vais a engañar,esta carne es de por ahí atrás....".
    Me ha gustado bastante poder leerte hablar así de los tuyos ...recuerdos y muchos besos para tod@s...campeona.

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